Nelson y yo el domingo
La gente hace amigos de manera azarosa. De esas mismas maneras a veces inexplicables, ajenas incluso a la voluntad, los conserva o los echa al olvido temporal en un proceso que forma parte de esos caminos de la vida que, como decía el vallenato, “no son como yo pensaba, no son lo que imaginaba, no son lo que yo creía”.
A mediados de los años ochenta del siglo pasado, como si hubieran movido la famosa piedra que vox populi refiere cuando algo aparece de improviso, un puñado de veinteañeros irrumpió en la escena artística cubana con una obra incipiente, cuestionadora y a ratos contestataria que inquietó a más de uno. Nadie imaginaba entonces que después serían identificados —y según me cuentan, incluso mitificados— como generación, "algo/ que la gente llama ahora los ochenta", al decir de Sigfredo Ariel, ese otro amigo entrañable.
En
septiembre de 1987 conocí a muchos de ellos en un festival nacional de poesía
que organizamos en Santiago de Cuba. Allí estaba Nelson Simón, un muchacho
flaquito y tímido del que me hice amiga inmediatamente y con el que coincidiría
muchas veces en jelengues culturales a todo lo largo y ancho de la isla. Eso
recordábamos el domingo pasado al reencontrarnos después de casi una década.
Como
era de esperarse, la tarde se tornó memoriosa. Hablamos de festivales y lecturas
en parajes recónditos donde la gente prefiere saltimbanquis o humoristas a los
que llaman cómicos. Hablamos de
trampas y emboscadas, de ciertas transacciones y viajes sin retorno. Hablamos
de Tere y de Laura, de Norge, de Fowler, de Edel y de Zurbano, de Delfín, de
Arístides y Heriberto, de Damaris y María Elena. Y hablamos de mucho más. En cierto
momento, explicando alguna de sus relaciones, Nelson dijo: “Somos así como
Odette y yo: hermanos”.
Los
amigos son la familia que elegimos, suele decir la voz del pueblo. Hubo una vez
unos muchachos y una isla. Después, parafraseando a Martí, pasó el tiempo y
pasó más de un águila sobre el mar.
En
estos días, degusto a sorbos Ahora mismo
un puente, la antología de Sigfredo Ariel publicada
en Madrid por Efory Atocha. En el poema titulado “Arte Calle”, que fue el
nombre de uno de aquellos grupos de revoltosos artistas ochenteros, muchos de
los cuales emigraron después, Sigfredo propone un panorama hipotético: “Si los
hubiesen digamos ignorado/ sus vidas serían simples./ Si los hubiesen digamos
ignorado/ estarían aquí”.
¿Quiénes
seríamos ahora si no hubiéramos salido de Cuba?, me pregunté, rememorando
aquellos días y los que les siguieron. Hay preguntas que parecieran inútiles;
hay respuestas que no existen.
*Título de uno de los libros del
poeta cubano Sigfredo Ariel.