jueves, 17 de mayo de 2012

Fotografías con Donna Summer






Esta mañana me puse mi camiseta Polo morada para sumarme a la campaña de protesta que convocaron para celebrar el Día Mundial contra la Homofobia y la Transfobia, que conmemora el 17 de mayo de 1990, fecha en que la Organización Mundial de la Salud eliminó la homosexualidad de la lista de enfermedades mentales donde había permanecido por décadas.
Me subí al metro, como cada mañana, pero hoy sentí un aroma especial y recurrente. Supongo que como amaneció nublado y fresco, algunos señores sacaron del fondo de sus armarios —¡qué a propósito con lo de la homofobia!— los suéteres y chamarras que guardaron, a todas luces —y olores— sin lavar, cuando terminó el invierno. Y vine todo el trayecto preguntándome si ellos no se dan cuenta del tufo que despiden o si, acaso, les agrada. Y pensando si las mujeres que los aman —que seguramente las tendrán—, tampoco reparan en ello o cómo hacen para pasarlo por alto.
Llegué a mi oficina —que ya saben que es el medio de un pasillo—, encendí la computadora —que tardó en abrir la misma eternidad de cada día— y cuando después de otra eternidad llegué a Twitter, allí estaba la noticia: Ha muerto Donna Summer. Entonces nada más importó: me trasladé mentalmente al Santiago de los setenta, me puse la manhattan de las palmeras que costuró mi tía Migdalia para mis 15 —o los de Piri—, y me fui a YouTube a ver a la reina viva, cantando On the radio, I feel love, Hot stuff, Love to love you, baby y Last dance tonight, las mismas canciones con las que bailábamos —y/o apretábamos— en las fiestas de entonces.
Todavía empalagados por los panegíricos dedicados desde antier a Carlos Fuentes, algunos amigos sugirieron que hoy todos —incluso aquellos que durante años han criticado la superficialidad de la música disco y los ambientes de la década de los setenta— se pondrían a escribir crónicas o a sacar sus fotos con Donna Summer.
Mis fotografías con Donna Summer —pensé entonces— son todas mentales. Y son muchas. Las salas a oscuras de las casas de mis amigos y de mi propia casa, la música retumbando en las paredes, Manolito y Vicente, algunas muchachas a quienes no debo mencionar. Escaleras, rincones, sudores de la noche tropical. Pantalones de mezclilla, tennis y camisetas que por primera vez usábamos, muy orondos, gracias a las tías del Norte, ésas que antes habían sido traidoras impronunciables. Discos de los Bee Gees y de Tavares, de la Streisand y Bonnie M, de KC, de “Saturday night fever” y de “Hotel California” que nos regalaron esas tías y los primos a los que por décadas tuvimos prohibido escribirles.
Ni siquiera es que haya muerto Donna Summer, a quien hace años no escuchaba con detenimiento, como tal vez ella tampoco cantara en medio de los dolores del cáncer. No es Donna Summer en sí misma: soy yo, somos nosotros, es nuestra juventud. Aquellos años que hoy no son ni fotografías, porque entonces muy pocos teníamos cámaras y muchos de aquellos papelitos se han perdido.
Lo cierto es que esta mañana, cuando leí la noticia, no me importó nada más: ni la camisa morada, ni los tufos del metro, ni los furibundos seguidores de los candidatos a la presidencia, ni el alma del mismísimo Carlos Fuentes. La reina ha muerto… ¡Viva la reina!

viernes, 11 de mayo de 2012

"Si no es para cuestionarlo todo, ¿entonces para qué escribir?"


                                                                    Foto de María Arechaga (2005)




En su número 23, correspondiente a este mes de mayo, la revista hispanoamericana de cultura OtroLunes ha dedicado su dossier de autor a mi obra literaria. Muchas gracias a los editores y a todos los amigos y colegas que durante estos veintitantos años han comentado algunos de mis libros o han dedicado su atención a algunos aspectos de mi quehacer creativo. A continuación, les comparto la entrevista exclusiva que para este número me hizo su director, Amir Valle y al final, el enlace donde podrán leer el dossier completo.


"Si no es para cuestionarlo todo, ¿entonces para qué escribir?"


Entrevista con Odette Alonso
Exclusiva para OtroLunes

 

 

POR AMIR VALLE



Lo más incómodo de estar entre esas personas a las que la escritora cubana Odette Alonso llama “amigo” o “hermano” es que uno olvida de pronto que está ante una de las voces más importantes de la literatura cubana; mérito que se ha ganado con una de las obras poéticas más originales y prolíficas de las últimas generaciones de poetas de su generación y apenas con dos libros de narrativa, uno de cuentos (Con la boca abierta) y una novela (Espejo de tres cuerpos), ambos de una altísima calidad que sorprenden más cuando uno recuerda que Cuba, a pesar de su espacio insular, posee una de las narrativas más ricas estilística y temáticamente en la lengua española.
Y quiero remarcar lo anterior: Odette Alonso es ya una voz imprescindible de las letras cubanas, porque en los muchos encuentros que he vivido con escritores cubanos de la isla o de esos tantos exilios que vive nuestro pueblo, la que viene a sentarse entre nosotros, cuando hablamos de literatura, de poesía, y tenemos que mencionarla, es el ser humano y no la escritora. Y pasamos largo tiempo hablando de sus picardías, su alegría y su optimismo, su rabiosa defensa de los amigos, sus mensajes en internet, su fidelidad… y al final, sólo al final, algo de su literatura, aun cuando sabemos que está ahí, en su segunda patria: México, escribiendo y que cada año nos sorprende con un nuevo libro, siempre diferente, como debe ser, seguro haciendo honor a un comentario que nos dijo a los entonces jovencísimos miembros del Taller Literario “Luis Díaz Oduardo” alguien muy querido por todos aquellos aprendices de escritores, allá en la Santiago de inicios de los 80s: “Se dice mucho que Cuba es una isla de poetas y de cuentistas, que levantas una piedra y salen cinco cuentistas y das una patada entre las yerbas y salen 10 poetas. Pero nadie dice que a veces lees tres libros de un poeta y parece que estás leyendo fotocopias del mismo libro, o lees cinco libros de cuentos y si le quitas el nombre a la portada no sabes a qué autor estás leyendo. La literatura no es seguir la moda, es escribir el libro como uno vive la vida, para que sea distinto con ese sello que sólo es tuyo”.
No sé si Odette estuvo ese día en aquella sesión del taller, porque a mi mente vienen solamente León Estrada y Mirna Figueredo, sentados junto a otro poeta, José Manuel Poveda, pero sí me atrevo a asegurar que escuchó esa idea del narrador Jorge Luis Hernández, porque era una tesis que defendía en todas partes: “un escritor no tiene que escribir muchos libros, tiene que escribir SUS libros”, decía remarcando el “sus” para recordarnos que un libro es, en primera instancia, el alma desnuda de un escritor y, como se sabe, cada quien tiene su alma y cada cuerpo, desnudo, es siempre distinto.
Por esas razones, porque cada uno de sus libros es una aportación significativa a nuestra literatura; porque ya son 25 años de prolífica carrera como poeta, escritora, ensayista, editora y promotora cultural; porque me aterra pensar cuánto farsante va por esos mundos llamándose “poeta” y proclamándolo con todos los ardides, trampas y enredos egocéntricos posibles, entretanto una escritora de la talla de Odette insiste en la humildad y la sencillez como ley de vida; me dije que ya era hora (y razones muchas existen) de que diéramos un poco de protagonismo, merecido, a la escritora que habita en Odette.
Una vez enviadas las preguntas vía email desde Berlín a México D.F, cuando le dije que había descubierto (otra vez, pasados tantos años) que nuestras carreras literarias empezaron con libros ganadores del mismo premio, el 13 de Marzo, en 1986 (ella en Crónica y yo en Cuento), me contestó: “Así mismo, corazón: somos hermanos por varias razones y muchas fechas”.
Bajo ese signo, el del respeto en la literatura y el cariño en la vida compartida, y encabezada por una frase de la mexicana Cristina Rivera Garza que Odette hace suya, llega esta entrevista.

  

 

Odette, piensa, luego existe

 
 
Perteneces a ese grupo de casi tres millones de cubanos que habitan en las distintas arenas del exilio, un exilio tan diverso que es imposible de abarcar, aunque por motivos que no vienen al caso ahora analizar ha sido dividido mayormente en “económico” y “político”. ¿En qué exilio habitas tú y qué razones decidieron tu salida de la isla?

Mi salida de Cuba, en 1992, respondió a una fusión de ambas condiciones: ya se había decretado elPeríodo Especial y no se avizoraba mejoría alguna en las condiciones económicas, sino todo lo contrario, y además, tenía claras mis divergencias políticas con el modelo de gobierno de la isla. En lo personal, sin metáforas, en aquel principio de los noventa pasé hambre: días sin comer, bolsitas de té hervidas una y otra vez, magros platos compartidos entre varios, bistec de toronja y picadillo de cáscara de plátano. Sin embargo, a estas alturas, veinte años después, ambos motivos —económico y político— se han fundido paulatinamente con una tercera opción: la humana. Porque mi actual residencia fuera de la isla no depende de ella: no vivo a disgusto ni en la espera. No creo que un cambio, favorable o hasta milagroso, en el actual estado de cosas de allá modificara mi lugar de residencia. Al menos en este momento, regresar definitivamente a Cuba no es ni un plan ni un sueño.


 
He dicho en alguna que otra entrevista que hay una Cuba íntima, personal, que va conmigo a todas partes y, precisamente por eso, nadie puede arrebatarme, aunque no pueda decir lo mismo de la Cuba geográfica. ¿Cómo es la Cuba que en ti habita?

La Cuba de la memoria, de la niñez y la juventud, la que ya no existe. Recuerdos hermosos y recuerdos terribles: días de playa y plan Escuela al Campo, besos furtivos y miedos abiertos, calles soleadas y tardes lluviosas. Casas viejas pobladas de fantasmas, un barquito de papel bajo el aguacero, paseos de domingos a mediodía con Piri y mi mamá, a tomar coppelitas rizados de vainilla y chocolate o merendar en Las Novedades. El cine Cuba, que olía a semen, el teatro Oriente, las pizzas y los espaguetis de La Fontana, que jugábamos a quién acababa primero de comerlos. La lanchita cruzando de Ciudamar a La Socapa o al Cayo, ese olor de la bahía, el Barrio Técnico y Punta Gorda, el humo de la refinería, el mar azulísimo y brillante visto desde el Morro. Universidad, oficinas, asambleas, compromisos, amenazas, disimulos y risas. Cafés en el Parque del Ajedrez y La Isabelica, viajes por toda la isla, desde Moa hasta Sandino, en Pinar del Río. Noches de alcohol y Escalera, noches de inventar otro mundo, la cultura desbordada por doquier, el arte y la creación como centros alrededor de los cuales se acomodaba el resto de la vida. Y La Habana y el malecón y las noches del BarTolo en la Casa del Joven Creador. Amores y pasiones, un mapa de amigos y lugares, una especie de novela. Una autobiografía.



Entre amigos (o una versión más personal de Odette)

 
 
Quienes te conocemos desde hace ya unos cuantos años, quienes te leemos, quienes te seguimos en tu blog Parque del Ajedrez, damos fe de que sientes un respeto casi ciego, suicida en ocasiones, por esos otros seres humanos a quienes podemos llamar “amigos”. Pero la amistad suele ser, también, una escuela de la vida para darte lecciones de cuán cambiante puede ser la especie humana de cara a sus circunstancias históricas y a sus credos, filiaciones y preferencias. Quiero entonces que valores, desde estas dos perspectivas: la de la complicidad y la de la traición, cuánto ha definido a la Odette que hoy eres la experiencia de la amistad.

Es posible que peque de inocencia o de ingenuidad al prodigar esa condición con tanta generosidad, pero cuando digo que alguien es mi amigo —y lo hago con mucha frecuencia—, es porque así lo siento y lo creo. Cualquiera habla mal de otro en algún momento, cualquiera repite un mal chisme, cualquiera se enoja, o se burla, o tiene diferencias políticas con un amigo, y no por eso se deja de serlo. Quieres me conocen, saben que no guardo rencores, o al menos no por mucho tiempo. O al menos no por cuestiones que me parezcan de importancia menor, o pasajera. También sé que la amistad es dialéctica, por usar un término tan repetido en nuestra educación escolarizada en la isla: los amigos van y vienen; unos permanecen, otros se retiran, otros nos sorprenden apareciendo como joyas nuevas en la edad madura. Hay algunos de los que no tenemos noticias en años; otros a los que vemos diariamente, aunque sea en las redes sociales, ese invento maravilloso de la época tecnológica. Para mí, son un componente fundamental de mi existencia; son mi familia elegida, compañía y amparo, ese grupo de soporte y de aliento que siempre está cuando le necesito. Mis otros hermanos. Partes de mí.

 
 
Si quisieras rescatar de la memoria esas personas que han sido fundamentales para la formación de tu personalidad, tanto de la mujer como de la escritora que eres, ¿en quiénes piensas y por qué razones?

Tal vez los primeros serían mis tíos Noris y Pepín, con ese carácter siempre afable y simpático que les heredé, con esa valentía que desafió su tiempo, y mi abuelo José, el asturiano —cabezón, necio, atrabancado—, que me crió en esos años fundamentales de la primera infancia. Mi hermana Ludmila (Piri) ha sido la compañera perenne; creo que los momentos de complacencia y los de disgusto, con ella y en común, moldearon mucho del carácter de las dos, nuestras certezas e incertidumbres. De mi abuela Cristina siempre evoco el sentido del humor, el placer por la lectura y otras circunstancias que, por menos favorables, también marcaron lo que soy. Mi mamá, que a algunos podría haberles parecido demasiado permisiva, me enseñó —aun desde sus silencios y sus dolores— que uno debe seguir el camino que elige sin prestar demasiada atención a la maledicencia de los demás.
Si bien el componente escrutador y cuestionante forma parte de mi personalidad, en la universidad, con Lino Verdecia, mi asesor de tesis, reforcé esa responsabilidad de decir y defender lo que pienso aunque el resto esté en contra. En aquel entonces, a veces sin medir consecuencias; ahora, con los años, un poco más razonada y prudentemente. Por esa época del despertar a la vida profesional, fueron importantes la cercanía, los consejos, la guía y el aprendizaje con Pepe Fernández Pequeño, Jorge Luis Hernández y Marta Mosquera. También la convivencia con los poetas y demás artistas de la llamada Generación de los Ochenta, especialmente mis compañeros de trabajo en la Casa del Joven Creador, ese palacete casi mítico de San Pedro y Sol, en la habanera Avenida del Puerto.



Debo confesar que gracias a ti, al modo natural, abierto, libre en que te proyectas como ser humano, aprendí que el más vital de los sentimientos humanos: el amor, cuando ocurre entre dos personas del mismo sexo no es cuestión de “desviados” o “raritos”, como nos metieron en las venas allá, en la Cuba machista e intolerante en la que crecimos. Verte amar con la misma naturalidad con la que yo lo hice y lo hago ha sido a lo largo de estos años de amistad una hermosa lección de vida que te agradeceré siempre. Pero, ¿cuánto de trauma y de liberación te ha traído el amor?

El amor me ha traído las mismas alegrías y sinsabores que a cualquier otra persona; lo distinto en mi caso —si pudiera llamársele distinto— es el destinatario —es decir, la destinataria— de mis amores. Hay modos en mí que no puedo explicar, que acontecen naturalmente en un dejarme fluir. No te diré que los inicios fueran fáciles, pero no recuerdo haber tenido traumas internos, dudas, inquietudes morales, confrontaciones íntimas. Los problemas eran externos: la familia, los amigos, los vecinos, la escuela o el trabajo, la sociedad; cómo vivir aquello que no era permitido ni bien visto, que debía ocultarse, disimularse, camuflarse, porque siempre implicaba un riesgo, una pérdida inminente, una espada de Damocles. Un peligro que iba más allá de mí misma, porque a cuántas de mis amigas no les cuestionaron su sexualidad o las miraron con sospecha por frecuentar mi compañía o visitar mi casa; cuántas y cuántos se alejaron cuando “lo supieron”; cuántas y cuántos se entretuvieron especulando acerca de mi vida privada y hasta trataron de “salvarme” o de limitarme espacios para que no propagara ese mal ejemplo
Pero yo no tengo remedio, hijo, y para mí ha sido una liberación eso que la moda designó con el término salir del clóset o del armario. Es un alivio poder ser abiertamente como soy, y escribir y hablar sobre eso, como los otros hablan de sus hijos, de sus maridos o mujeres. Porque realmente no es tan distinto, si es que algo de distinto tuviera. Es simplemente una vida. Como cualquier otra. Si alguien tiene problemas con eso, son sus problemas, no los míos.


Odette Alonso Yodú, la que escribe

 
 
El primer poema. ¿Recuerdas cuándo y en qué circunstancias ocurrió?

Exactamente el primero, no. Recuerdo un manojo de poemas estructurados en cuartetas, muy bien medidos y rimados, que le escribí a una muchacha de la que estaba enamorada en el Preuniversitario. No recuerdo si se los enseñé alguna vez. Los tenía escondidos dentro de un libro en la gaveta de un escritorio abandonado en un rincón de mi casa. Cuando decidí irme a La Habana, me deshice de muchos papeles viejos y “comprometedores” y entre ésos, fueron destruidos aquellos poemitas.



Define poesía

La poesía es una cosmovisión y un modus vivendi. Algo indefinible, indescriptible, que está dentro de mí, en mi esencia. Una manera de mirar, de organizar mentalmente lo que veo, de sentir y ya después de digerido todo esto, sólo después, una manera de escribir.



¿Recuerdas el momento en que escribiste el primer cuento? ¿Qué ocurrió que decidiste saltar de tu género más “caminado”, la poesía, hacia el riesgo de escribir, como diría Cortázar, “una novela depurada de ripios”?

Fue una tarde del verano de 1993 en el apartamento donde entonces vivía, en la zona de Santa Mónica, Estado de México. El primer párrafo de “Santa Fe” describe el ambiente real de aquella tarde: “Llueve torrencialmente. Las gotas golpean el techo y la música sube de volumen. Me sirvo un trago largo, como triple. Un ron añejo, color miel. Lo huelo mientras veo la lluvia a través del cristal de la ventana“. Después de haber hecho exactamente eso, me senté ante la máquina de escribir mecánica y redacté de un tirón la primera versión de “Santa Fe” y a continuación, como poseída por un frenesí, escribí, también sin interrupción, “Examen final”. Ambos cuentos forman parte del que sería años después mi primer libro de relatos, Con la boca abierta, y marcan las dos líneas que ha seguido hasta ahora mi narrativa: historias y personajes ubicados en Cuba, historias y personajes ubicados en México.
Ya te había dicho que hay modos en mí que no puedo explicar, ese dejarme fluir. Así fue también el salto a la narrativa, sin traumas ni cuestionamientos.  Después he pensado, ya más razonadamente, que las estructuras de la poesía no me permitían decir algunas cosas de manera menos sintética y menos metafórica, que era una necesidad explorar nuevas formas de decir, pero no fue, entonces, una decisión consciente ni planeada.



Para hacer justicia a quienes dicen que yo soy muy apasionado, repetiré aquí algo que ya he dicho y escrito: tu novela Espejo de tres cuerpos es una de las mejores obras de tema lésbico que he leído (y ya sabes que, como dice mi mujer, leo hasta durmiendo). Quiero que lances tu mente a ese momento en que nació la idea y me digas qué obstáculos creíste tener entonces para lanzarte de cabeza al género.

Fue en los primeros años del siglo. Estaba fascinada con el “descubrimiento” de la narrativa y muy divertida contrariando ciertos cánones y paradigmas.  Tú que me conoces desde hace tantos años, sabes que siempre he tenido una premisa que resumiré con esta frase de Cristina Rivera Garza, una de mis más admiradas narradoras actuales: “Si no es para cuestionarlo todo, ¿entonces para qué escribir?” En la búsqueda de anécdotas provocadoras, que subvirtieran lo “aceptado” y pusieran en un temblor a las buenas conciencias, se me plantó en la mente la imagen del triángulo amoroso lésbico que es el centro argumental de Espejo de tres cuerpos. Lo que pensé inicialmente como cuento, fue convirtiéndose en novela ante mi propio asombro. Era como si los personajes me tomaran de la mano y me llevaran adonde ellos querían o me empujaran sin cortesía alguna. A veces pienso que fui simplemente su escribana. Pero me divertí a mares escribiéndola.



Llama la atención que mientras en tu obra poética hay un amplísimo muestrario de temas, asuntos, situaciones, impactos íntimos o sociales, en tu obra cuentística y novelística publicada parece que tu mirada se fija en un punto específico: el conflicto existencial que genera en los seres humanos la intolerancia de nuestras sociedades hacia la homosexualidad. ¿Cómo lo ves tú?

Ése ha sido un azar más editorial que creativo. Con el boom de la “cosa gay”, casas editoras especializadas en la temática se interesaron por mi obra y le abrieron las puertas al poemario El levísimo ruido de sus pasos (Barcelona, Ellas, 2005), la colección de cuentos Con la boca abierta(Madrid, Odisea, 2006) y la novela Espejo de tres cuerpos (México, Quimera, 2009). Mientras, cuando menos otro libro de cuentos, de “temas varios”, Hotel Pánico, y una selección de crónicas publicadas en el Parque del Ajedrez, duermen el injusto sueño de las gavetas desde hace unos cinco años, sin que las editoriales a las que los he propuesto hallen los patrocinios necesarios para dejarlos existir.



México es curiosamente un país con índices de lectura muy bajos pero con una de las más ricas literaturas en lengua española, una verdadera fábrica de excelentes escritores. ¿Qué experiencia has tenido en relación con esa realidad?

Es un país con muchos contrastes y uno de ellos es ése. Aunque pareciera que no, porque a estas alturas los esfuerzos van dando frutos y porque no dejo de trabajar ni un instante, realmente ha sido muy difícil insertarme en los circuitos culturales mexicanos. Alguna vez le decía a un amigo que cuando uno emigra, tarda cuando menos una década en alcanzar el nivel de trabajo y reconocimiento que tenía en el país que dejó. Y en un ámbito tan competido como es la creación literaria, en un país con más de 100 millones de habitantes, las puertas y los caminos no se le abren tan fácilmente a un extranjero. Hay que picar piedra —y sospecho que durante toda la vida— para tratar de paliar esa condición de advenedizo, aunque siempre ha habido y habrá personas y grupos inclusivos y solidarios.
Por ejemplo, no hay como las ferias del libro —de las cuales se celebran decenas anualmente en todo México— para constatar las cantidades asombrosas de personas que se interesan por la literatura y la creación en sus más variados géneros. Desde hace seis años he tenido la oportunidad y el privilegio de organizar en el marco de la Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería, la más importante de la ciudad de México y la más antigua del país, un ciclo que incluye lecturas, charlas, debates y presentaciones de escritoras latinoamericanas. Resulta siempre satisfactorio ver cuántas personas, y sobre todo jóvenes, se acercan con respeto e interés a las actividades y a las escritoras.



Específicamente en el plano literario, intelectual, cultural, ¿qué enriquecimientos y qué pérdidas te ha traído el exilio?

Ya lo he dicho en otras ocasiones, para mí la migración —no sé si seguirle llamando exilio a estas alturas, con la carga de resentimiento y pesimismo que envuelve a ese término— ha sido una bendición, un beneficio, una fortuna. Soy ante todo, por encima de cualquier otra cosa, una observadora, una viajera, una persona que necesita moverse constantemente. Y la posibilidad de insertarme en otra realidad, que es a su vez muchas realidades, me permite una amplitud de visión y análisis y una multiplicidad de enfoques. Trascender no sólo el espacio geográfico, sino la condición insular: me aburren las cosas de un solo color, de un solo tipo, de un solo tono; he tenido y tengo parejas y amigos de distintas nacionalidades con quienes comparto una riquísima convivencia intercultural, he podido acceder a circunstancias, lecturas, viajes, que no habría podido tener —o hubiera sido más difícil— en los marcos reducidos —no sólo topográficos— de la isla. Sin México, no existiría la mitad de mi literatura, no tendría la mitad de mis amigos, no conocería la mitad de lo que sé. Sin México, sin el exilio, no sería la persona que soy.



Voy a mencionar, intencionalmente en total desorden, algunos (sólo algunos) lugares, momentos, ciudades, que bien sé, parafraseando a cierto poeta romántico,  “pasaron por tu vida”, con la intención de preguntarte qué quedó en ésa, tu vida, de ese paso y qué personas te vienen a la mente cuando piensas en ello. Espero que no hagas trampas y escribas lo primero que te vino a la mente:

Santiago de Cuba: el inicio de todo

Los años 80: la explosión
México, D.F., específicamente 1992, tu primer día: llovizna sobre la Catedral iluminada

La Universidad de Oriente y su Taller: molestia, desconcierto, no entendí por qué “destruían” mi poema

España: el mar de Alicante, las calles de Madrid, la bellísima Barcelona, Valencia tan parecida a Santiago, mis amigos

Los talleres literarios en Santiago: Aida Bähr

El Parque del Ajedrez: café y amistad

La Habana: la novia

Casa Heredia: los talleres, la oficina, el patio adoquinado, las galerías frescas

Premio 13 de Marzo 1986: el paquete con mis primeros libros en la oficina de la FEU de la Universidad de La Habana

Casa de la UNEAC de Santiago: los balances de la entrada, La Jutía Conga

Premio Internacional de Poesía “Nicolás Guillén” 1999: Insomnios en la noche del espejo, ¡por fin quedé conforme con ese libro!

Miami: la delicia de ese mar y los amigos

México, como experiencia de vida: enorme, insustituible, mi verdadera casa.




Para leer el dossier completo: OtroLunes número 23