martes, 27 de septiembre de 2011

Energía con sentimientos



En los días recientes despertar ha sido una hazaña. La alarma del reloj parece lejanísima entre las brumas de ese amanecer tardío que ya exige la vuelta al horario normal (que el verano se acabó). Como el Sol tampoco se despereza tan temprano, acabo arrebujándome de nuevo en las cobijas hasta que inevitablemente se hace tarde. Y si abrir los ojos ha resultado un reto, levantarme es una herculada (interprétenlo como quieran): las energías huyen, todos los días parecen jueves. ¿Es casual que esté tan cansada a principios de semana?, me pregunto mientras pienso en las tormentas geomagnéticas que están teniendo lugar desde el sábado en las capas superiores de la atmósfera terrestre y en la ruta de esa cosa cósmica, cometa o estrella, a la que han llamado Elenin.

Hay que vivir para aprender. Quienes me conocen más o menos —si es que fuera posible “conocer” a otra persona—, saben que desentrañar el sentido de la existencia es uno de mis leitmotives más recurrentes. Y ponerle tanto cacumen a un tema puede arrojar, finalmente, ciertas conclusiones y argumentos para mí misma, que sólo al individuo le funcionan sus explicaciones —aunque las comparta— porque, como bien decían las abuelas, nadie experimenta —ni escarmienta— en cabeza ajena.

Con esa mala costumbre de repetir que no entendemos las ciencias exactas, solemos pasar por alto, una y otra vez, lo que la física ha dicho siempre sin tapujos: sólo somos energía en movimiento, transformándose de un estado al otro. “Energía en función del planeta en que vivimos”, pensé esta mañana al sentirme tan desenergetizada. Es decir, pilas de las que el Universo se alimenta. Energía con sentimientos, en todo caso, porque son ellos —nuestros odios y nuestros amores— los que desprenden el efluvio.

La Tierra tiene, como todos saben —o debieran saber—, un escudo geomagnético para protegerse de cualquier agresión externa, como esas emanaciones que el Sol nos escupió el sábado pasado o las jaladitas que, dicen, nos puede dar Elenin al atravesarse en nuestra órbita. Allá arriba, en las capas superiores de la atmósfera, se producen entonces grandes tormentas ocasionadas por contendencia entre las fuerzas que pretenden entrar y las que tratan de evitarlo. Para repeler esos ataques, el planeta necesita grandes cantidades de energía que toma en primera instancia, ¿de dónde creen?... ¡Exactamente! De sus pilas. Pero cuando esas cargas no resultan suficientes, tiene que acudir a soluciones más drásticas: terremotos y maremotos, erupciones volcánicas y géiseres, tornados, tsunamis, torrentes desbocados, incendios forestales y todo fenómeno natural que facilite la salida en abundancia de las energías contenidas en el núcleo terráqueo. Para mí, todo ha quedado claro.

Envuelta en todas esas reflexiones y nuevas certezas salí de la casa y caminé por la acera de Rébsamen. A media cuadra hay un kínder en cuya puerta las maestras cuelgan cada mañana un cartel donde explican a las criaturas ciertos valores humanos y comunitarios. “¡Pilas, eso somos, pilas!”, iba diciendo en mi cabeza cuando, al levantar la vista, me topé con el letrero de hoy: en letras mayúsculas de color anaranjado decía: “Las PILAS son…” y toda una explicación de cómo reciclarlas.

Minutos después, en el vagón del metro, observé con otros ojos a mis compañeros de viaje. Mirando sus patillas delineadas, nuestras ropitas de colores, los aparatitos en sus manos o sus orejas, los pelos peinados con gel, por fin tuve la respuesta que tanto he pedido: ¡somos un juego de video! ¡Por fin lo entiendo! Todo es perfecto. No necesito más.

lunes, 26 de septiembre de 2011






El Parque del Ajedrez, la Casa del Poeta y la editorial Aduana Vieja

tienen el placer de invitarle a la presentación en México de

Antología de la poesía cubana del exilio

con la presencia de su editora, Odette Alonso

los poetas incluidos que residen en la ciudad de México
Minerva Salado, Félix Luis Viera, Ernesto Fundora, Yoel Mesa Falcón,
Juan Antonio Molina, Osmar Sánchez Aguilera e Iván Portela


Martes 27 de septiembre de 2011, 7 pm
Casa del Poeta
(Álvaro Obregón, 73, entre Mérida y Córdoba, Colonia Roma, México DF)

Entrada libre, libros a la venta


Para compras por internet: Publiberia Libros

miércoles, 14 de septiembre de 2011

Presentación de mi Manuscrito






Entrada libre

Libros a la venta

Todos invitados


Danzan sobre la cuerda floja, a través de estos versos de Odette Alonso, una de las voces más consistentes de la lírica cubana contemporánea, las calles y las horas, la memoria y sus misterios. Y siempre una muchacha que, asomada a la ventana de sus días, va contando lo que siente y lo que ve. El amor y el desamor en toda su diversidad, una dura mirada a la cotidianidad de su país de origen, la migración y el exilio con sus dosis de nostalgia y renacer, o la revisión de mitos y personajes clásicos como Eva, Orfeo, la reina Dido o Penélope, son algunos de los temas que encontrará el lector en este Manuscrito hallado en altamar, la más completa reunión de sus primeros veinte años de quehacer poético

Odette Alonso, quien reside en México desde 1992, es autora de la novela Espejo de tres cuerpos (2009), el libro de relatos Con la boca abierta (2006) y ocho poemarios: Enigma de la sed (1989), Historias para el desayuno (1989), Palabra del que vuelve (1996), Linternas (1998), Visiones (2001), Diario del caminante (2003), Cuando la lluvia cesa (2003) y El levísimo ruido de sus pasos (2005). Su cuaderno Insomnios en la noche del espejo obtuvo el Premio Internacional de Poesía “Nicolás Guillén” 1999. Compiladora de la Antología de la poesía cubana del exilio (2011), proyecto que obtuviera uno de los 2003 Awards de Cuban Artists Fund.

martes, 6 de septiembre de 2011

No es no




No hace mucho, después de leer una de esas crónicas en las que hablé del acoso masculino en el transporte público, un viejo conocido —profesor universitario, cinéfilo, persona culta— me replicó que estaba exagerando porque “a las mujeres les gusta que los hombres se les peguen”. Instalada en pantera le cuestioné de dónde sacaba tamaña barbaridad y me respondió, sin pensarlo un segundo, que si nosotras no decimos nada ni protestamos ni nos movemos ni les reclamamos, es porque nos gusta.
Traté de explicarle el estado de terror que enfrenta una mujer —mientras más joven, peor— en esos casos, el shock de estar siendo vejada y todavía tener que exponerse a la vergüenza pública si lo ventila abiertamente, la cauda de atavismos que arrastramos en lo referido al sexo y la intimidad, el secretismo que nos enseñan a mantener alrededor de todo lo que ocurre en ese ámbito, especialmente los abusos padecidos por casi todas durante la infancia y la juventud, la mayor parte de las veces cometidos por parientes o amigos de la familia. Ninguna de esas razones lo convenció, al contrario: refrendó que era yo una traumada y un par de calificativos más que prefiero no repetir.
La historia de la humanidad está llena de ejemplos de cómo los hombres no entienden que “no es no”. No en vano éste fue el eslogan de la reciente Marcha de las Putas, que reunió a tantas mujeres cansadas de ser juzgadas, obligadas, violentadas, golpeadas y tantas que ya no están, hasta asesinadas por sus propias parejas o por aquellos que dicen quererlas, pero que se consideran con el poder de hacer lo que les plazca, sea lo que fuere, porque las mujeres siempre hemos formado parte de sus propiedades, de los objetos que les pertenecen. Esas manifestaciones han recorrido las principales ciudades del mundo diciendo, por primera vez clara y colectivamente, que “no” no significa “tal vez” ni muchísimo menos un “sí camuflajeado”, al decir de ese trovador guatemalteco de cuyo nombre no me quiero acordar.
Eso me hace pensar en costumbres y estereotipos tan afianzados en nuestras sociedades a pesar del nuevo siglo, sus modernidades y avances: el hombre como maniático sexual insaciable al que todo debe perdonársele porque —pobrecito— es incontinente, no tiene voluntad ni control sobre sus instintos animales, lo dominan las pasiones más insanas, está enfermito pues… Y la mujer como alguien que, para ser decente y apreciada por ellos, para que no la consideren una cualquiera, debe reprimir buena parte de sus impulsos y deseos, especialmente los amorosos y sexuales, o cuando menos fingir que lo hace.
Esos ambiguos y tortuosos rituales que simulan indiferencia, pureza o tontería —por aquello de darse su lugar y al mismo tiempo “motivar” a quienes supuestamente no aprecian lo fácil más que para la satisfacción inmediata y pasajera— “obligan” a los hombres a insistir y a obsesionarse con quien más “los reta”, aunque eso les provoque inseguridades, inquietud o sufrimiento, lo cual no les impide —porque a ellos (casi) todo se les permite y celebra— entretenerse con la fácil mientras la difícil les retrasa sus favores.
Ese panorama también ha sido paradigmático, repetido con el facilismo de lo que se da por sentado y absoluto. Pero ahora que las luchas por la igualdad de derechos de las mujeres han arrancado buena parte de las mordazas y telones seculares que ocultaron la violencia sistemática y los abusos públicos y domésticos en su contra, algunos hombres se han atrevido a decir que muchas veces son acosados por señoras obsesivas y manipuladoras —que abundan, cómo no—. Ser hombre es también una misión complicada, toda vez que ese atributo tremebundo que se llama virilidad —no sólo lo anatómico, sino toda la tipología de actitudes y aptitudes que lo definen por tradición— debe ser refrendado a cada paso, constante y claramente, a riesgo de caer en la burla y el señalamiento generalizado si dieran muestras de la más mínima “debilidad” o “desviación”. Hay que ser muy hombre para atreverse a no serlo.
El problema es que ese aprendizaje de los fingimientos en los juegos del amor crea una confusión de códigos que suele desvirtuar las interpretaciones. Si la costumbre es rechazar en primera instancia para que, picado su orgullo, el pretendiente o la pretendienta se “esfuercen” en la conquista, ¿cómo saber, entonces, cuándo el rechazo es verdadero y a la otra persona no le interesa —ni le interesará— una relación? ¿Cuántos boleros y baladas —por sólo mencionar un par de géneros— supuestamente romantiquísimos y devocionales no plantean un obsesivo “sé que me llegarás a querer” que se convierte en la bandera del acoso e incluso en el anuncio de cosas peores?
Miles de veces he oído decir que la diferencia entre el cortejo y el acoso radica en que al objeto del deseo, mujer u hombre, le interese o no su pretendiente. Pero ¿cómo hacerle entender al otro/a, en medio de ese galimatías de signos contradictorios, que no es no y no un “sí camuflajeado”? “Dime que no y me tendrás pensando todo el día en ti,/ planeando la estrategia para un sí”, dice el referido cantautor en un tema que, visto desde la posición de alguien que no quiere al enamorado, aterroriza.