martes, 22 de febrero de 2011

Feria en Minería




Ya están engalanados los pasillos del palacio y las entretelas de mi alma porque mañana se inicia la edición número 32 de la Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería y, por quinta ocasión, hallará lugar en su programa de actividades culturales el ciclo Escritoras latinoamericanas en Minería que organizo hace cuatro años.
Cuarenta colegas de 12 países me han acompañado en este lustro; a ellas, mi mayor agradecimiento. De igual modo, agradezco —como siempre, enormemente— al director de la Feria, Fernando Macotela, y a su equipo de colaboradores, especialmente a Esmeralda Murillo y Elías Franco Velarde. Y también doy las gracias a Bertha de la Maza y al team de la librería y foro cultural Voces en Tinta, ese bellísimo sitio con calor de hogar, por la ayuda solidaria en la venta y promoción de nuestras obras.
Les extiendo una muy cordial invitación para que nos acompañen este fin de semana en el Palacio de Minería (Tacuba 5, Centro Histórico, metros Bellas Artes y Allende). Los libros de las autoras participantes estarán a la venta en el stand 1104 de Voces en Tinta y en los salones donde leeremos.
El programa de actividades es el siguiente:


ESCRITORAS LATINOAMERICANAS EN MINERÍA
(coordinadora: Odette Alonso)


Jueves 24 de febrero, 17:00 hrs.: Lectura de narradoras latinoamericanas. Con Mabel Cuesta (Cuba-USA), Angélica Santa Olaya (México) y Odette Alonso (Cuba-USA). SALÓN RAFAEL XIMENO Y PLANES.

Jueves 24 de febrero, 18:00 hrs.: Presentación del libro Inscrita bajo sospecha, de Mabel Cuesta. Con Elena M. Martínez y Odette Alonso. AUDITORIO SOTERO PRIETO.

Viernes 25 de febrero, 16:00 hrs.: Sáficas, lectura de poesía lésbica. Con Rosamaría Roffiel, Alina Galliano, Artemisa Téllez y Odette Alonso. AUDITORIO SOTERO PRIETO.

Viernes 25 de febrero 17:00 hrs.: Presentación del libro Cuerpo de mi soledad, de Artemisa Téllez. Con Reyna Barrera, María Elena Olivera y la autora. SALÓN MANUEL TOLSÁ.

Viernes 25 de febrero, 18:00 hrs.: Presentación del libro Contarte en lésbico, de Elena Madrigal (Alondra Editions). Con Gilda Salinas y la autora. AUDITORIO SOTERO PRIETO.

Sábado 26 de febrero, 14:00 hrs.: Presentación de la antología poética Indómitas al sol: Cinco poetas cubanas en Nueva York. Con Elena M. Martínez y las autoras. SALÓN MANUEL TOLSÁ.

Sábado 26 de febrero, 16:00 hrs.: Primera lectura de poetas latinoamericanas. Con Yrene Santos (República Dominicana), Alina Galliano y Maya Islas (CUBA-USA). AUDITORIO SOTERO PRIETO.

Sábado 26 de febrero, 18:00 hrs.: Charla ¿Cómo viven y crean las escritoras latinoamericanas en Nueva York? Con Yrene Santos (República Dominicana), Juana M. Ramos (El Salvador), Mabel Cuesta (Cuba). Modera: Odette Alonso. GALERÍA DE RECTORES.

Domingo 27 de febrero, 13.00 hrs.: Presentación de los libros Después de la lluvia, de Yrene Santos (República Dominicana) y Multiplicada en mí, de Juana M. Ramos. (El Salvador). Modera Odette Alonso. SALÓN MANUEL TOLSÁ.

Domingo 27 de febrero, 16:00 hrs.: Mesa redonda Ensayistas latinoamericanas. Con Mabel Cuesta (Cuba-USA) y María Elena Olivera Córdova (México). Modera: Odette Alonso. SALÓN MANUEL TOLSÁ.

Domingo 27 de febrero, 17:00 hrs.: Segunda lectura de poetas latinoamericanas. Con Juana M. Ramos (El Salvador) y Odette Alonso (Cuba-México). AUDITORIO SOTERO PRIETO.

viernes, 18 de febrero de 2011

Escombros de mi alma



No sé si sea por el año del conejo o tal vez que esta persona —es decir, menda; o sea, yo merita; entiéndase Odette Alonso, esa otra— viene matando canallas, como dijera aquel ídem. La noticia en cuestión es la siguiente: gracias a los afanes de Margarita García Alonso y sus Editions Hoy no he Visto el Paraíso, ha salido en la lluviosa y gala Normandía y en todo el ciberspacio el ebook de mi cuaderno de poesía Escombros del alma.
Tras esa bellísima portada de las dos Evas expulsadas del Edén, con sus pudorosas y a la vez coquetas hojas de parra —espléndido dibujo de Margarita—, se agrupa un puñado de poemas de finales del siglo pasado e inicios de esta centuria, escritos sobre el lomo de mi tabla de náufrago, en los fragores del éxodo. “Los días sin fe”, la primera sección, son mis visiones de aquel país que se nos caía a pedazos delante de los ojos; “Las otras tempestades” son las que siembran en el alma los demonios del amor.
Un libro por mes parece un récord interesante para este año que apenas se asoma. A finales de enero Aduana Vieja publicó en Valencia, España, la Antología de la poesía cubana del exilio que compilé durante casi una década; ahora, todavía bajo mi acuariano signo solar, ven la luz estos Escombros. Como suelo trabajar cual hormiga loca, imparable y poseída, con la cabeza baja, al levantar la mirada a veces yo misma me asombro de los resultados. Pero más que sorprendida estoy feliz, feliz de regresar a mi esencia, la Poesía, ésa que siempre me recibe —o yo a ella— como hija pródiga.
Con toda la gentileza que la caracteriza, Margarita García Alonso anotó en la contraportada: “Escombros del alma ha sido bordado por Odette Alonso con la fina factura de quien exhala la esencia del viaje interior y del exilio. Los poemas se convierten en brújulas, y anuncian, lejos de ruinas y de fragmentos, la profundidad y el aliento de quien cierne la arenisca y conserva lo mejor del sílice, ése que deja en los ojos el polvillo de la grandeza”.
Polvo de La Habana se adhiere a esos versos. Aroma de café recién colado, brisa de mar, olor a salitre. Luces del puerto lejano resplandeciendo en el corazón de una mujer. “Sálvame el diente de trozar la uña/ la playa tinta en sangre/ los escombros del alma”, pido como una plegaria antes de echarme al ruedo de esos días sin fe. “He mirado la patria largamente/ se le nota tristeza hasta en el mapa”, reza el epígrafe de Juan Bañuelos que usé al inicio del libro. Así, un fantasma de mí misma —acaso un ángel caído— recorre sus páginas, salta de verso en verso, reconstruye una isla en su memoria e inventa paraísos que irremisiblemente perderé, como todo paraíso que se precie de serlo.
Seis de los primeros poemas, una probadita, podrá leer quien acceda a la muestra de portada e interiores que aparece en la plataforma de Bubok junto a los datos generales de la obra y de esta autora. Allí mismo podrá bajar el PDF del libro completo u ordenar un ejemplar físico, según sea su gusto o su presupuesto. Sólo tienen que dar clic sobre este enlace y se encontrarán en unos segundos en aquélla, que de pronto siento como la sala de mi casa, un sitio donde recibir amablemente a los amigos: http://www.bubok.com/libros/199743/Escombros-del-alma.
Yo, que como buena señora madurita sigo siendo una devota del libro de papel —a pesar de mi entusiasmo innegable y mi confianza en los caminos de la virtualidad, tan reales ya como el cotidiano paso de nuestros días terrenales—, estoy fascinada por la manera en cómo un cuaderno que sale en Normandía puede ser visto y leído al instante en cualquier confín de este planeta gracias a la magia de Internet. En medio de ese júbilo y esa sorpresa, agradezco a Margarita García Alonso su cariño y su constancia de hermana, su profesionalismo, su generosidad a toda prueba. Agradezco a Facebook la posibilidad que nos ha dado de reencontrarnos y hacer comunidad. Agradezco a Bubok y a Hoy no he Visto el Paraíso por el espacio y la oportunidad. Agradezco, desde ahora, a todos aquellos que visiten la página, a quienes lean los poemas, bajen la maqueta o compren el libro.
Y para que empiece la degustación, aquí les dejo un poemita de prueba:


INTACTOS


Al final del viaje
estamos tú y yo
intactos.
Silvio Rodríguez


Alguien canta
a mi lado
esa tonada cáustica
cava la melodía
un laberinto de humo.
Lo que un día cuidamos
ya no existe
otro color tiene la tarde en la ventana
otro aire de tibieza parecida.
Hay cuatro piedras debajo de la lengua
la palabra se agota
no dice lo que dice.
Al final de este viaje
las tablas no se salvan del naufragio
ni estamos tú y yo
intactos.




Odette Alonso, Escombros del alma
Havre, Hoy no he Visto el Paraíso, 2011








martes, 8 de febrero de 2011

Artistas



Moderatto


Estaba muy formadita en la fila de TACA, cuando vi a mi lado una cara conocida. “Pero de toda la vida”, me dije un segundo antes de reconocerlo: era Benny Ibarra. El hijo de Julisa, sí, ese mismo… Pero eso no es nada: cuando miré a los que estaban documentando, eran Pedro Damián y Dana Paola; él se veía mucho menos mugroso que en las fotos de las revistas y ella, mucho más crecidita. ¿Y creen que eso fue todo?... ¡pues no! En el otro mostrador estaba uno de los de Moderatto, el baterista creo, ridiculísimo ―no está de más redundar lo ya sabido―, bien treintón largo y vestido de chavo de doce. De pronto me dije: “Ay güey, ¿estaré en Siempre en domingo o éste es realmente el aeropuerto?... ¿me habré despertado esta mañana o seguiré soñando al influjo de esas gotas de valeriana y pasiflora que me echo debajo la lengua?”
Sospecho que media Cuba se estará preguntando quiénes son esos personajes… ¡Son artistas, chico! Artistas de Televisa que, según se rumoreaba entre el resto de los pasajeros, iban a un teletón en San Salvador. Y ya se imaginarán… los empleados de la línea, fascinados, con la baba escurriéndoles de las comisuras. Un gordo de camisa anaranjada casi se echa a los pies de Benny ―que, a propósito, iba con una rubia de lo más sin chiste… con lo guapa que es la mamá de sus hijos, caballero…― para ofrecerle pasar por delante de todos, mientras una muchacha ―parecidísima a la Tere Dovalpage― reclamaba que quién atendía allí a la “gente normal”.
A la gente normal no nos pelaron hasta que pasó el último artista. Estuve a punto de decirle al de la camisa anaranjada: “Oiga, fíjese que yo soy Odette Alonso, la de la antología de la poesía cubana del exilio, también soy artista…”, pero como si un diablito me la soplara previamente al oído, escuché su respuesta: “¿Ah sí?... ¡chido!”… Y como bastantes humillaciones recibe uno en la vida, preferí ahorrarme una más y permanecí en silencio.
Siempre me ha intrigado por qué la gente le llama artista a todo el que salga en televisión, sin importar el poco arte que tenga. Y cómo resulta tan encantadora ―de encanto, de encantamiento― ese tipo de interacción que, cuando los ve tan cerquita, uno tiene verdaderas ganas de decirles: “Qué pex, mi Benny, adónde pues…” y darle un abrazo, como se lo dio el de la camisa anaranjada… “Por qué él sí y yo no”, me preguntaba mientras la que se parecía a Tere le explicaba a su madre: “Es Benny Ibarra…” “Ah, el hijo de Julisa”, decía la señora, “salió más guapo que su padre…”
Como esas emociones y “conocimientos” hay que compartirlos, de inmediato le mandé un mensaje a Orlandito quien, conocedor de mis debilidades, me advirtió enseguida: “Fíjate no vaya a estar por ahí la Perroni… Debieras irle escribiendo una cartica por si llega”. Hasta nerviosa me puse imaginando que la encontraba y le decía: “Hola Maite, soy Odette Alonso, la de la antología de la poesía cubana”… Tampoco funcionaría, ¿verdad?... De cualquier modo, no separé la vista del pasillo del avión con la esperanza de verla, pero al que vi fue al gordo calvo de Moderatto. Sin maquillar, me pareció persona decente… hasta que me fijé en los tennis rojos brillantes con lentejuelas y el escote hasta el ombligo. Y es que, claro, hay que ser coherentes con el personaje aunque tengas dos mil años y estés fuera del plató.
Ratón de aeropuerto como soy ―más que de biblioteca―, no es primera vez que encuentro artistas en mis aéreos trayectos. Recuerdo a Juanes, solo y apocado como huerfanito en el pasillo del área internacional de la Terminal 1 y a Salma Hayek justo detrás de mí en la fila de Migración, parapetada detrás de unas enormes gafas y custodiada por una cancerbera de mirada tan dura que parecía fulminar a quien pusiera un ojo encima de la chaparrita tratando de comprender cómo ese pedacitito de mujer da la sensación de ser un tronco de hembra en las películas.
Recuerdo a Lalo Santamarina y Mayrín Villanueva en el Ihop de Miami Beach y a mi paisana Niurrrrrka Marrrrcos en el aeropuerto de San Salvador, con una blusa tejida con gorro, que no sé cómo no le daba el tabardillo en aquellos calores impíos de Centroamérica. Y siempre así, escurridizos como animalitos asustados, tratando de pasar inadvertidos, y no glamorosos ni prepotentes como pretenden hacernos creer los programas de chismes de la TV.
Así fueron los del avión, pasmaítos como cualquier hijo de vecino. Más alharaca llevaban seis sobrecargos y azafatas que viajaban atrincherados en las dos últimas filas. Y ni qué decir del capitán Michel Ramírez, que después de un "Bueeenas, les habla el piloto", rindió el reporte de la trayectoria en tono de broma, lleno de giros locales, y con el acento más catracho que pueda imaginarse, en español y en ínglich, nos sugirió, en medio de las irreprimibles carcajadas generales: “Sigan disfrutando el teleque y cualquier cosa, aquí estamos”. Minutos después avisaba: “Los que van del lado izquierdo podrán ver el volcán Boquerón; los que van del lado derecho, pregúntenle a los del lado izquierdo qué ven”… Vaya, lo que se dice un piloto muy sui géneris y un vuelo especialmente divertido.
Pues nada, que ojalá a los artistas les haya quedado bien el teletón de El Salvador, porque lo que es mi/nuestra Antología de la poesía cubana del exilio, quedó preciosa y está a la venta con atractivos y convenientes descuentos en Publiberia Libros.


martes, 1 de febrero de 2011

Las cuatro puntas del pañuelo

Antología de la poesía cubana del exilio, Valencia, Aduana Vieja, 2011
Selección, introducción y notas: Odette Alonso
Ilustración de portada: Margarita García Alonso



Todo empezó en 1998, cuando El Barry Martínez ―amigo al que debo, por más de una razón, mi permanencia en México― se ilusionó con montar una editorial independiente y me propuso, para iniciar el proyecto, una antología de poesía cubana. Por esos tiempos, recién estaba descubriendo la maravilla del internet, fascinada con el correo electrónico, y por medio de esos instrumentos de las nuevas tecnologías comencé a establecer contacto con poetas radicados dentro y fuera de la Isla.
La lista de aspirantes fue creciendo. Y los envíos. Mis noches, después de una larga jornada laboral doble, las dedicaba a leer y aprobar ―o no― el material recibido. Como el uso del email no era aún lo extenso, útil y populoso que es ahora, se hicieron cadenas de amigos que iban avisando unos a los otros, incluso mediante el correo postal tradicional o por vía telefónica. Y llegaron también los enemigos, los cuestionantes, los que fácilmente acusan y sancionan. Además de los cotilleos naturales y los chismes espectaculares que encantan a los cubanos, un periódico acogió una fuerte crítica al proyecto y a mí, hecha por una persona que ni siquiera me conocía. Gajes del oficio, cosas veredes.
En definitiva, el sueño del Barry no prosperó y pasaron varios años para que desempolvara mi selección inicial, guardada en el fondo de los cajones que trasladábamos de una casa a otra en sucesivas mudanzas, y se lo propusiera a Amir Valle, quien por entonces coordinaba la Colección Cultura Cubana de la editorial Plaza Mayor. Fue él quien me recomendó enfocarme exclusivamente a poetas del exilio y la diáspora, vivos y activos, y así comenzó la segunda etapa de esta aventura.
A principios del año 2003 mandé el proyecto ―que entonces se titulaba Las cuatro puntas del pañuelo. Poetas cubanos del exilio― a concursar por las becas que cada año otorgaba la Cuban Artists Fund de Nueva York. Y ganó uno de los premios. La cosa iba en serio y me puse a trabajar en la investigación que, como tantas veces he dicho, me permitió conocer el otro cincuenta por ciento de la poética cubana, la cultivada fuera de las fronteras del archipiélago y que, por ser escrita por artistas que “abandonaron” su tierra natal, fue proscrita durante tantos años de los programas escolares, de publicación y promoción dentro de la Isla, donde aún no se les conoce a la mayoría.
Siempre fue mi intención –desde 1998 hasta ahora– dar cabida a todas las voces posibles, sean cuales fueren las razones –nunca afortunadas– que mantienen a estos autores lejos de su tierra natal, e independientemente de las posiciones y tendencias políticas o ideológicas de los mismos; ser un puente en el que pudiéramos encontrarnos, un pañuelo extendido en cuyas cuatro puntas hubiera un cubano poetizando la isla multiplicada y sus postrimerías. Y que estirando las manos desde cada una de esas puntas, pudiéramos tocar las manos de los otros, reconocernos en ellas, reencontrarnos.
El camino no ha sido sencillo ni libre de obstáculos. Largos años han pasado hasta que, ayer, vio la luz desde las prensas de Aduana Vieja, esa editorial tan nuestra que tiene su sede en Valencia, España, y como su editor a Fabio Murrieta, quien acogió este proyecto con un entusiasmo similar al mío y no descansó hasta que, sobreponiéndose a las dificultades económicas que han asolado a la industria editorial en los tiempos recientes, la hizo, finalmente, realidad.
Los poemas que reúno en esta Antología de la poesía cubana del exilio ―uno por autor, autores vivos, como ya he dicho― tratan con recurrencia esa nostalgia desde la lejanía que Cintio Vitier catalogara como una de las marcas esenciales de nuestra lírica. La nostalgia, la desposesión, el desarraigo, la búsqueda de una identidad, la imposibilidad del regreso o el desconcierto del reencuentro, pero también humor, ironía, referencias clásicas y modernas, temas, personajes y situaciones universales, búsqueda de la belleza, trascendencia del arte, confluencia de los géneros literarios, así como los avatares de la incorporación a otras tierras y otras culturas. Estos poetas suelen mirar hacia la isla, hacia el pasado, pero también en otras direcciones y conforman, así, un concierto polifónico multitemático que era justamente mi objetivo y mi intención.
Lógicamente, en esta antología no están todos los que son. Y no es que me ponga el parche antes que salga el grano, pero si en algo es prolífera aquella islita, es en dar poetas a diestra y siniestra y lanzarlos al mundo, y no es justo ―ni posible― pedirle a una selección que agote el tema ni el personal. En el tiempo que llevo trabajando en ella he visto a decenas de poetas incorporarse a las huestes de la emigración cubana. Y he visto, con tristeza, morir a otros lejos de la patria. En muchas ocasiones me pareció que, como la de Sísifo, esta tarea no tendría conclusión, que siempre quedaría incompleta, y esa certeza me agobió por años. Pero al cabo, creo haber comprendido que la misión de las compilaciones no es, ni será nunca, decir la última palabra ni dar una visión completa, precisa, exacta e inalterable; es sólo ser eslabones de una cadena, puntos de partida para otras exploraciones.
A los 155 autores que me acompañan en esta travesía, desde los más entusiastas hasta los no tan convencidos, mi infinito agradecimiento; especialmente a aquellos que, de una u otra forma, me brindaron su ayuda invaluable y desinteresada para localizar a otros colegas y para lograr que este sueño sea lo que es hoy. Un agradecimiento profundísimo, a mi entrañable Margarita García Alonso, autora de la bellísima ilustración de portada, y de nuevo a Fabio Murrieta y al personal de Aduana Vieja. Igualmente a los amigos y familiares que también me acompañaron de una u otra forma en este empeño, que es el resultado de la labor y el buen ánimo de muchas redes de colaboración, complicidad, solidaridad y apoyo. Gracias a todos. Estoy feliz.


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