martes, 16 de marzo de 2010

Navecitas




A mis amigas de Nueva York, por tanta hospitalidad



Cuando el taxi trepó al puente elevado que conduce a la Terminal 2 del aeropuerto, en el horizonte resaltaba la silueta del Ajusco dibujado por el alba, como si la claridad lo empujara por la espalda. Ya en el Food Court, aligerada de peso, paladeo mi carísimo capuchino con sabor a almendras de Starbucks. Sola en esta mesa, rodeada de extraños, no tengo miedo alguno: soy una isla que puede desearlo todo. Éste es el inicio de cualquier sueño, de todos los sueños, de las esperas más esperanzadas. El primer paso de esa andariega que soy. El estado más feliz.
Una hora después me acomodo en el asiento 17A y retomo la lectura de La muerte me da, esa novela —¿es acaso una novela?— de genialidad inenarrable, ese libro maldito de Cristina Rivera Garza. Alguien está matando hombres y castrándolos; echándolos después a cualquier callejón. Alguien está divirtiéndose con ese juego macabro; deja mensajes anónimos que incriminan a Alejandra Pizarnik, a la propia Cristina que es también un personaje de su historia; acaso la protagonista, al menos la testigo ocular, la informante, la descubridora del primer cadáver. Cristina está divirtiéndose con esto, lo sé. Y también sufre, si no habré de saberlo yo...
Una alharaca me roba la concentración: mis vecinas de fila hablan sin parar, durante al menos dos horas, del marido, de los hijos, del jefe, secretarias, sirvientas, empleados, cremas y maquillajes, artefactos y amenidades para que sus gatos —me refiero a sus mascotas— sean felices, el menaje de sus tiendas, sus acciones 25% a la alza en la Bolsa, según ha consultado en su blackberry de pantalla gigante, casi Imax, la que tengo más cerca… ¿Tiendas y acciones?... Las observo con más detalle y parecen cualquier pedorra. Se ha perdido la clase, ya los ricos no se cuidan.
“¿Y no es eso a fin de cuentas escribir?”, pregunta Cristina, “esa malsana curiosidad de mirar dentro”. De abrir la herida, sentarse en sus bordes con las piernas colgando y observar sus propias entrañas como quien ve pasar un torrente hacia el mar. Dice eso y muchas otras cosas la tamaulipeca, pero a mi vera las contertulias dicen también tantos horrores de sus respectivos esposos que me pregunto por qué la gente guarda tal rencor a quien le dio todo el amor que tuvo, todo el tiempo que pudo. ¿Acaso no valdrá de nada? ¿Es simple paja seca, cuentos para olvidar?... O para recordar y retorcerse.
De pronto —¡milagro!, ¡milagro!— a la que lleva la batuta de la inclemente plática se le ha dormido la amiga. Y ella se estruja las manos con ansiedad, no puede concentrarse en la aburrida programación de la tele, me mira de reojo, se para al baño. La abandonada en los brazos de Morfeo abre la boca, hace movimientos como si balbuceara, deja ver adentro de la cavidad la punta endurecida de su lengua.
Ellas, muy nices, rechazaron el vulgar pan con huevo y jamón que nos ofrecieron de desayuno. “Dándole tanto a la sin hueso y sin alimentarse, deben estar hechas trizas, sin una gota de energía”, pienso yo, pero qué ilusa… Más tardo en alegrarme del silencio, que duró un suspiro, que lo que vuelven ellas a la parloteante carga como Agramonte y su tropa mambisa a las llanuras del Camagüey. Con razón Fernando, el marido, según ha referido la propia cacatúa del pasillo, su cónyuge, está tan amargado que acabará yendo al sicólogo. ¡Pobre Fernando!
Me duermo, arrullada por sus cacareos, y detrás de mis párpados cerrados no sé dónde estoy. ¿Qué blanditud es ésta? Floto entre nubes que no veo. ¿Soy Cristina, la Mujer Increíblemente Pequeña, la Detective? ¿Soy Pizarnik, la Viajera del Vaso Vacío, la asesina de los hombres castrados o el limpiador de ventanas con su misión de que “los encerrados puedan tener una visión más clara del exterior”? ¿Acaso soy yo misma? ¿Soy uno de los castrados? Veo una lágrima surcando mi mejilla, una estrella solitaria como la del triángulo rojo de la bandera, una burbuja que se rompe. Veo, como en el viejo danzón, una manita blanca que me dice adiós. Un avión que se desploma y luego la paz más absoluta. Oigo, a lo lejos —o “a lo dentro” o “a lo fuera”— el llanto insistente de un recién nacido. Me llega aquel olor a musgo, a gruta fresca.
Hay versos que se van tan pronto como vienen, sensaciones que son indescriptibles. Esta avidez por alcanzarlo todo. No quiero abrir los ojos, no quiero despertar a pesar del frío en los pies, frío en el paladar, maldito frío. Pero cuando lo hago hay filigranas de hielo en el vidrio de la ventanilla: arañas, mujercitas voladoras, un hipocampo, la pluma de Forrest Gump, un hombre que le dispara a otro, ángeles dibujados por el trazo de un niño, un Cristo y un diablo con su cola.
En pleno cielo, a lo lejos, algo que pueden ser otras navecitas van dejando estelas veloces, blanquísimas, en sentido contrario. La siguiente se monta sobre la anterior, justamente como dicen que hizo el avión de Mouriño. En mi cabeza suena una canción de ABBA. El avión entra al banco de nubes como uno a la alberca, como si diera un saltito y se abalanzara. Abajo hay mucha nieve, un paisaje ralo color ladrillo húmedo. “¿Qué merece conservarse más que el deseo?”, pregunta Rivera Garza, pero ya estamos arriba de Todo. Ahí está el río y allá Manhattan, más gris que la grisura. ¡No aguanto un minuto más sin cortaúñas!

10 comentarios:

Escombros Hablaneros dijo...

Simplemente lindo.

Teresa Dovalpage dijo...

Amiguita, me encantan tus crónicas de viaje. ¡Tienes que salir más de México para que nos regales otras! Y a mí también me encanta el café de los aeropuertos… Mi marido se horripila cuando se lo digo... Oye, pero pobre del de las cacatúas, jajajá. No digo yo si va de cabeza pal siquiatra. Y no hay cosa peor que el que se le plante a una un moscón al lado durante un viaje largo. ¡Arf!
Y por supuesto, buscaré la novela de Rivera Garza porque este parque contiene una hermosa reseña disfrazada de crónica…o al revés.

Anónimo dijo...

"¡No aguanto un minuto más sin cortaúñas!", Odette, què final, excelente crònica de viaje.... la disfruté de principio a fin; nada le sobra, nada le falta, me gusta tu fina ironìa, ese juego de la inteligencia... que venga algùn editor periodìstico y te la publique, merece ser disfrutada por màs lectores. ¿te la puedo usar como base material de estudio? (ja, ja) gracias desde buenos aires, juan carlos rivera, profe de Periodismo.

Ana Maria Hernandez dijo...

Ummm. Ya sabia que Alejandra era inmortal...y aqui vuelve. Nada menos que matando y castrando hombres. En ese orden, o al vesre? Habra que leerse a la Garza de las riveras (nombre poetico, esa nena. Y tu, Odette, cisne blanco, eres maravillosa. Gracias por el relato

GP dijo...

¡Me fascinó!, hermosas, ¿la puedo publicar en KY?
GP

Maya dijo...

Odessita... estuve muy entretenida leyendo tu bello sube y baja en el avion con las burguesas mexicanas. Corri a leerme tu texto para llegar a las fotos y saborear los rostros de todo lo que vivimos.
un abrazo,
maya

jtg dijo...

Gracias por este bonito relato, amiga... Te abrazo. Jorge

Dina dijo...

Me has dado por la vena del gusto, la descripción de las nuevas ricas que te acompañaron en el viaje es inmejorable. Odette, cuánto talento, mira nada más todo lo que nos haces pensar con esta crónica hacia New York. Espero más, te falta la estadía. Abrazotes. Dina

un tordo dijo...

Meravilloso!!!
gracias por ese brete hacia adentro, qué bueno niña!

Lita dijo...

Querida Odette, los detalles de tu viaje son inolvidables y uno se
reconoce como la pasajera fastidiada que no puede concentrarse en la
lectura.