martes, 30 de marzo de 2010

Livin' la vida, Ricky




En la tarde de ayer no hubo noticia más importante y más leída en los despachos informativos del mundo entero que la aceptación de su homosexualidad por parte de Ricky Martin. “Hoy ACEPTO MI HOMOSEXUALIDAD como un regalo que me da la vida. ¡Me siento bendecido de ser quien soy!” afirmó el puertorriqueño en un documento publicado en Ricky Martin Music, su página oficial en internet, y el planeta se volvió, al instante, un hervidero.
No hubo quien no opinara; hasta los que aseguran que no les importa o que quién no sabía que Ricky era gay. Uno de mis amigos gritaba en el Facebook: “Siempre se los dije y ojo de loca… no se equivoca”. Yo recordé el cuento de la pareja gay que cohabitaba en un solar ―vecindad, cuartería― habanero. Como no querían que en el barrio se supiera de su preferencia, salían y regresaban separados, llevaban amigas para aparentar que eran sus novias, hasta se rascaban la entrepierna y sopesaban lo que allí cuelga, como buenos machos. Pero un día, cuando ellos estaban en el trabajo, cogió candela su vivienda y todos los vecinos, enteradísimos, gritaban: “¡Fuego, bomberos, se quema el cuarto de los maricones!”…
La homosexualidad de Ricky se sabía, desde Menudo, hasta el universo y más allá. Reforzado desde el momento en que decidió ―sin importarle un cacahuate lo que pensaran los demás― tener a sus hijos sin mujer, usando un vientre alquilado, sin boda de mentirita ni simulación alguna. Él, padre y madre. Porque cobarde no ha sido. Esto agregó en la carta de ayer explicando su “tardanza”: “Mucha gente me dijo que no era importante hacerlo, que no valía la pena, que todo lo que trabajé y todo lo que había logrado se colapsaría. Que muchos en este mundo no estarían preparados para aceptar mi verdad, mi naturaleza. Y como estos consejos venían de personas que amo con locura, decidí seguir adelante con mi ‘casi verdad’. MUY MAL. Dejarme seducir por el miedo fue un verdadero sabotaje a mi vida. Hoy me responsabilizo por completo de todas mis decisiones, y de todas mis acciones”.
Y quién puede juzgar esa “demora” ―él dice: “Hoy es mi día, éste es mi tiempo, mi momento”― y querer crucificarlo en Semana Santa cuando, en el medio del espectáculo ―o en la política, o en el deporte―, pocos son quienes se atreven a confesarlo públicamente. Más bien él es de los primeros. La mayor parte se casa y tiene hijos con tal de “taparle el ojo al macho”. Dígame usted quién, en su sano juicio y buena visión, puede creer que Raphael o Camilo Sesto son machos varones masculinos o que Ana Gabriela Guevara o Soraya Jiménez, la levantadora de pesas, son damiselas por mucha falda que les pongan o novios que les inventen. Quién que viera a las locas de Locomía con sayón y abanico podía pensar que eran otra cosa que lo que su nombre indicaba con toda elocuencia…
El asunto no es que todos supiéramos “lo de Ricky” ―también lo sabemos de Juan Gabriel, Bosé, Daniela Romo, Ana Gabriel, Rosana, Pepillo Origel, Monserrat Oliver o Yolanda Andrade… y se rumorea de tantos otros que la lista sería interminable―, sino que para una figura de su dimensión ―no es sólo un cantante pop, sino también filántropo, embajador de las Naciones Unidas para las mejores causas, presidente de fundaciones de ayuda a los desposeídos de este planeta y, además, buena persona y sangre liviana―, lo importante no es que lo supiéramos sino que asumirlo públicamente representa una acción de responsabilidad y compromiso sociosexual. Porque, ¿cuántos jovencitos/as no son todavía discriminados en cualquier país de este mundo por sus preferencias sexuales?, ¿cuántos hombres y mujeres no siguen siendo agredidos, asesinados incluso, por ser homosexuales?, ¿cuántos caminos no nos han cerrado por esa causa?...
Dice Ricky en su declaración de ayer: “…ahora que soy padre de 2 criaturas que son seres de luz. Tengo que estar a su altura. Seguir viviendo como lo hice hasta hoy, sería opacar indirectamente ese brillo puro con el cual mis hijos han nacido”. Y me parece encomiable esta afirmación, porque ¿cuántas veces no hemos sido despreciados y humillados incluso por nuestras propias familias, o se nos ha desposeído y marginado por no ser como ellos hubieran querido?, ¿cuántos no siguen gritando que no tenemos derecho a casarnos y mucho menos a tener hijos y que mejor sería que nos muriéramos?, por citar dos de las más recientes declaraciones de personas públicas a raíz de la aprobación del matrimonio lésbico/gay en el Distrito Federal.
Que Ricky Martin confirme que es homosexual no es una obviedad de feria; es un escalón en la lucha por el derecho a ser como uno sea, sea quien sea. Porque decir “lo que se ve no se juzga”, como respondió Juan Gabriel a Fernando del Rincón en aquella famosa entrevista para Univisión, es evadir la respuesta. No abrir la puerta del clóset sino dejarla entornada, como se decía en Cuba. Y a veces las cosas necesitan ser dichas con todas sus letras.
En la vida de Ricky poco va a cambiar: no será ni más ni menos maricón de lo que ha sido hasta ahora, ni más ni menos acosado por la prensa y por sus fans, ni más ni menos famoso. Cambiará en la del muchacho o la muchacha que, al verlo, comprendan que ser homosexual no es una vergüenza ni una torcedura ni una enfermedad maligna que haya que ocultar y vivir a salto de mata como animal clandestino; en aquel que entienda que aunque es bueno que exista legislación que permita la adopción a personas del mismo sexo como a cualquier otra persona, no es imprescindible ley alguna ni permiso para que tengamos hijos porque nuestros órganos reproductores funcionan a la perfección: los gays tienen la semilla; las lesbianas, el vientre. Cambiará en la vida de aquellas familias que miran hacia los ídolos tratando de justificar o respaldar sus propios caminos.
Más allá del morbo de los medios y la maledicencia de la mayoría, ésta es una excelente noticia. Buena para Ricky, que ya podrá respirar tranquilo, porque cuando uno saca a la luz los secretos ―aunque fueran a voces―, dejan de molestarnos y nos permiten ser más felices; como él mismo dice en su carta: “la verdad sólo trae la calma”. Buena para los que estamos en el camino y muy buena para los que vendrán, que ojalá no tengan que pasar las cosas que nosotros, y sobre todo quienes nos antecedieron, pasamos. Buenísima, porque como dijera Benedetti ―¡que nadie sabe para quién escribe!―, cada vez queda más claro que “en la calle, codo a codo, somos mucho más que dos”.

martes, 23 de marzo de 2010

Vueltas que da la vida

El domingo 21, leyendo en Zu Galería



Marzo ha sido un mes intenso. Un vuelo tras otro —no sólo geográficos—, me dan la sensación de que he pasado todo un año, una vida casi entera como Tarzán, saltando de liana en liana. Inició con los efluvios de la Feria del Libro de Minería, días especialmente hermosos en los que tantas amigas y amigos me acompañan en ese proyecto entrañable que es el ciclo de escritoras latinoamericanas. Semana y media después estaba frente Nueva York, entre un mundo de gente, junto a dos de mis hermanas más queridas: Marlenys Villamar y Mabel Cuesta.
Gracias al empeño de Nayar Rivera, el Instituto Cultural de México en Nueva York y la maestría de escritura creativa en español de New York University auspiciaron que varios autores del catálogo de Quimera Ediciones nos presentáramos en el King Juan Carlos I Center de NYU el jueves 11 y la noche siguiente, propiciado por mi viejo amigo Javier Molea, en McNally Jackson Books, esa lindísima librería de Soho, de ambiente familiar, cálido y acogedor.
Eso me dio la oportunidad de coincidir, además, con el gran festejo por las dos décadas de la antología Poetas cubanas en Nueva York. Allí —tanto en la compilación que publicó Felipe Lázaro hace veinte años en Betania como en la jornada del viernes 12 en Baruch College— se reunieron cinco voces fundamentales de la lírica cubana contemporánea: Magaly Alabau, Alina Galliano, Lourdes Gil, Maya Islas e Iraida Iturralde, poetas queridísimas y admiradas, junto a un nutrido grupo de estudiosas y amigos que disfrutamos de un día mágico donde todo fue perfecto.
Hay un sitio en Miami que desde hace meses es mi lugar favorito en esa ciudad: el patio de Manny López en Zu Galería. Allí me solté anteayer del siguiente bejuco volador para celebrar, en una maravillosa matiné dominical, rodeada de amigos y gente muy querida, el Día Mundial de la Poesía. Dediqué mis versos, mi lectura de esa tarde, a mi hermana Amanda Castro, poeta, hispanista y luchadora social hondureña quien, en las primeras horas del viernes 19 —viernes, bonito día para emprender un viaje— trascendió las limitaciones de su cuerpo físico y voló a esas otras regiones desde donde ahora nos observa sonriente.
Amanda es una persona especial en mi vida. Teníamos que conocernos; estaba marcado en el destino. Bastó que nos abrazáramos aquella tarde de octubre de 2005 para saber que éramos hermanas. “Vos sos bruja”, me decía a veces, mirándome muy fijamente, y cuando le respondía: “Más bruja serás tú”, ella soltaba esa carcajada quedita, como hacia adentro, que le permitía el poco aire de sus maltrechos pulmones.
A poca gente he visto vivir con tanta intensidad, compromiso y entrega: la fundación y mantenimiento de Ixbalam Editores para la enseñanza y promoción de la literatura de mujeres, las luchas por la equidad de género, los encuentros poéticos y feministas por toda Centroamérica, las jornadas de solidaridad con la huelga de hambre de los fiscales, la resistencia contra el golpe. Durante una de mis visitas nos llevó a una casa en un barrio humilde de Tegucigalpa donde quería instalar un centro al que pudieran acceder niñas, mujeres y jóvenes, para que la cultura los alejara de las pandillas, de la droga, de la violencia. Hablaba con tal seguridad, que sobre aquellas paredes y pisos desvencijados casi podíamos ver construidos sus sueños. Patty impartiría los cursos de artes plásticas; Florián, Melissa y ella los de literatura y algunos de género; Astrid los de danza; Karla los de música… Preparó largos y detallados documentos que presentaron a fundaciones y oficinas de cooperación internacional. Ésa fue, sin dudas, la semilla del Proyecto Siguapate, donde tantas mujeres y sus familias recibieron apoyo sicológico, económico y humano contra la violencia, la injusticia y las desigualdades.
El viernes, mientras buscábamos un lugar para cenar, la luna mayamita parecía una sonrisa; la sonrisa de Amanda. El sábado al mediodía, en el minuto exacto en el que entró la primavera, sentí que Amanda respiraba el mismo aire —por fin libremente— y se mojaba los pies en aquella heladísima agua. Caminé hasta el final de la playa y al llegar a la caleta, una muchacha le tomaba fotos a otra, echada sobre la arena, haciendo poses de modelo sexy; en mis ojos, lujuriosos, brillaba la mirada de Amanda.
“Tenés que ser feliz dondequiera que estés”, me dijo, entre otras miles de cosas, aquella tarde de mayo pasado, la última vez que nos vimos, mientras bebíamos un glorioso guífiti, ese licor de hierbas y aguardiente que pidió prestado a las entidades de su altar de chamana para convidarme. Sé que ella está feliz donde las alas de su alma la han llevado. Sé que desde allí nos mira, con esa picardía suya desbordándosele de los ojos, y levanta el pulgar como en la foto. Lo sé, lo siento, me lo dice ese hilo invisible que siempre nos unió, la serena paz de la llama que enciendo para ella.
Cuando dentro de unos días sus amigas más cercanas, diosas y brujas como somos las mujeres, depositen un mechón de sus cabellos en el Yax Ché, sendero de las mariposas de la zona arqueológica de Copán, estaré entre ellas en aquel paraje dedicado a las guerreras aunque sea a esta distancia. Porque, dinos Amanda, ¿existen acaso la distancia, la cercanía, el ayer y el mañana o sólo son estratagemas, simples argucias en estas vueltas que da la vida?

Amanda Castro leyendo su poema "Homenaje ántemo"

(realización: Cattrachas, Honduras, 2010)

viernes, 19 de marzo de 2010

Ha muerto Amanda Castro


Así la recuerdo y la recordaré, cómo si no: riendo siempre, haciendo broma hasta del tanque de oxígeno que la ayudaba a respirar, tejiendo planes y planes y planes, dejando oír su voz.
En los primeros minutos de este día, en los albores de la primavera, voló Amanda Castro hacia esas regiones adonde sé que estará mejor. Ella también lo sabía; durante años preparó este viaje. Para quienes acá nos quedamos no hay peor noticia y sin embargo, sé que el viento está lleno de su poesía, de su legado de coraje y generosidad.
¡Vaya bien, hermana! Por allá nos veremos. De cualquier modo aquí te quedas, entre nosotras, las que te amamos y te admiramos.
Un abrazo largo, Marlenne, Patty, María... Un abrazo a todas las hermanas hondureñas que, en este mismo instante, enfrentan las carroñerías de los vivos.
Luz para Amanda Castro, la misma luz que ella tuvo, la que nos hereda.

Tegucigalpa, octubre de 2005

martes, 16 de marzo de 2010

Navecitas




A mis amigas de Nueva York, por tanta hospitalidad



Cuando el taxi trepó al puente elevado que conduce a la Terminal 2 del aeropuerto, en el horizonte resaltaba la silueta del Ajusco dibujado por el alba, como si la claridad lo empujara por la espalda. Ya en el Food Court, aligerada de peso, paladeo mi carísimo capuchino con sabor a almendras de Starbucks. Sola en esta mesa, rodeada de extraños, no tengo miedo alguno: soy una isla que puede desearlo todo. Éste es el inicio de cualquier sueño, de todos los sueños, de las esperas más esperanzadas. El primer paso de esa andariega que soy. El estado más feliz.
Una hora después me acomodo en el asiento 17A y retomo la lectura de La muerte me da, esa novela —¿es acaso una novela?— de genialidad inenarrable, ese libro maldito de Cristina Rivera Garza. Alguien está matando hombres y castrándolos; echándolos después a cualquier callejón. Alguien está divirtiéndose con ese juego macabro; deja mensajes anónimos que incriminan a Alejandra Pizarnik, a la propia Cristina que es también un personaje de su historia; acaso la protagonista, al menos la testigo ocular, la informante, la descubridora del primer cadáver. Cristina está divirtiéndose con esto, lo sé. Y también sufre, si no habré de saberlo yo...
Una alharaca me roba la concentración: mis vecinas de fila hablan sin parar, durante al menos dos horas, del marido, de los hijos, del jefe, secretarias, sirvientas, empleados, cremas y maquillajes, artefactos y amenidades para que sus gatos —me refiero a sus mascotas— sean felices, el menaje de sus tiendas, sus acciones 25% a la alza en la Bolsa, según ha consultado en su blackberry de pantalla gigante, casi Imax, la que tengo más cerca… ¿Tiendas y acciones?... Las observo con más detalle y parecen cualquier pedorra. Se ha perdido la clase, ya los ricos no se cuidan.
“¿Y no es eso a fin de cuentas escribir?”, pregunta Cristina, “esa malsana curiosidad de mirar dentro”. De abrir la herida, sentarse en sus bordes con las piernas colgando y observar sus propias entrañas como quien ve pasar un torrente hacia el mar. Dice eso y muchas otras cosas la tamaulipeca, pero a mi vera las contertulias dicen también tantos horrores de sus respectivos esposos que me pregunto por qué la gente guarda tal rencor a quien le dio todo el amor que tuvo, todo el tiempo que pudo. ¿Acaso no valdrá de nada? ¿Es simple paja seca, cuentos para olvidar?... O para recordar y retorcerse.
De pronto —¡milagro!, ¡milagro!— a la que lleva la batuta de la inclemente plática se le ha dormido la amiga. Y ella se estruja las manos con ansiedad, no puede concentrarse en la aburrida programación de la tele, me mira de reojo, se para al baño. La abandonada en los brazos de Morfeo abre la boca, hace movimientos como si balbuceara, deja ver adentro de la cavidad la punta endurecida de su lengua.
Ellas, muy nices, rechazaron el vulgar pan con huevo y jamón que nos ofrecieron de desayuno. “Dándole tanto a la sin hueso y sin alimentarse, deben estar hechas trizas, sin una gota de energía”, pienso yo, pero qué ilusa… Más tardo en alegrarme del silencio, que duró un suspiro, que lo que vuelven ellas a la parloteante carga como Agramonte y su tropa mambisa a las llanuras del Camagüey. Con razón Fernando, el marido, según ha referido la propia cacatúa del pasillo, su cónyuge, está tan amargado que acabará yendo al sicólogo. ¡Pobre Fernando!
Me duermo, arrullada por sus cacareos, y detrás de mis párpados cerrados no sé dónde estoy. ¿Qué blanditud es ésta? Floto entre nubes que no veo. ¿Soy Cristina, la Mujer Increíblemente Pequeña, la Detective? ¿Soy Pizarnik, la Viajera del Vaso Vacío, la asesina de los hombres castrados o el limpiador de ventanas con su misión de que “los encerrados puedan tener una visión más clara del exterior”? ¿Acaso soy yo misma? ¿Soy uno de los castrados? Veo una lágrima surcando mi mejilla, una estrella solitaria como la del triángulo rojo de la bandera, una burbuja que se rompe. Veo, como en el viejo danzón, una manita blanca que me dice adiós. Un avión que se desploma y luego la paz más absoluta. Oigo, a lo lejos —o “a lo dentro” o “a lo fuera”— el llanto insistente de un recién nacido. Me llega aquel olor a musgo, a gruta fresca.
Hay versos que se van tan pronto como vienen, sensaciones que son indescriptibles. Esta avidez por alcanzarlo todo. No quiero abrir los ojos, no quiero despertar a pesar del frío en los pies, frío en el paladar, maldito frío. Pero cuando lo hago hay filigranas de hielo en el vidrio de la ventanilla: arañas, mujercitas voladoras, un hipocampo, la pluma de Forrest Gump, un hombre que le dispara a otro, ángeles dibujados por el trazo de un niño, un Cristo y un diablo con su cola.
En pleno cielo, a lo lejos, algo que pueden ser otras navecitas van dejando estelas veloces, blanquísimas, en sentido contrario. La siguiente se monta sobre la anterior, justamente como dicen que hizo el avión de Mouriño. En mi cabeza suena una canción de ABBA. El avión entra al banco de nubes como uno a la alberca, como si diera un saltito y se abalanzara. Abajo hay mucha nieve, un paisaje ralo color ladrillo húmedo. “¿Qué merece conservarse más que el deseo?”, pregunta Rivera Garza, pero ya estamos arriba de Todo. Ahí está el río y allá Manhattan, más gris que la grisura. ¡No aguanto un minuto más sin cortaúñas!

miércoles, 3 de marzo de 2010

(click encima para ampliar la imagen)


También leeré una ponencia en:

Poetas cubanas en Nueva York:
20 años de una breve antología

Viernes 12 de marzo, 10 am
Baruch College
(55 Lexington Ave.)
VC-Room 7-150



¡Están invitados!
(entrada libre a todos los eventos)

XXXI Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería, ciclo Escritoras latinoamericanas en Minería

Con Judith Castañeda y Livier Fernández en la presentación de la Antología mínima del orgasmo



Jueves 25: Presentación de Entre Amoras, lesbianismo en la narrativa mexicana, de María Elena Olivera Córdoba, con la autora y Francesca Gargallo



Jueves 25, más tardecito: leímos cuentos Nadir Chacín, Yamilet García y yo




Viernes 26: Artemisa y yo leímos poesía lésbica, nuestra y de otras anteriores y colindantes. Aquí antes, mientras nos poníamos al día en los chismes






Aquí ya más formalitas... (si es que eso fuera posible)







Ese mismo viernes 26 presentamos la Antología mínima del orgasmo, de Ediciones Intempestivas (Monterrey). Aquí estoy con Elia Martínez-Rodarte, Livier Fernández Topete, Nadir Chacín, Amélie Olaiz





Aquí con Livier, reflexionando muy seriamente acerca del orgásmico asunto




Con Silvia Ethel Matus y Minerva Salado leí poemas el sábado y el domingo moderé su charla sobre poesía de mujeres en El Salvador y el exilio cubano



Silvia dando una entrevista para Radio Educación



(Hay más fotos de Minería en la columna derecha del blog)