martes, 23 de febrero de 2010

Fiesta





Se está arrimando un día feliz,
como hace un barco tras sus meses…

Silvio



Feria hay en mi corazón y carnaval en cuaresma porque pasado mañana comienza, por cuarto año consecutivo, el ciclo Escritoras latinoamericanas en Minería. Treinta y una autoras de once países, colegas admiradas y amigas del alma, me han acompañado en esta aventura, pero sobre todo este empeño, desde 2007. En los imponentes muros del Palacio de Minería, testigos de tantas centurias, se han impregnados nuestras voces, nuestras risas, nuestros sueños y planes; entrar allí, subir las escaleras, desandar los pasillos, es como volver al hogar.
Tengo que confesar que a veces, durante el proceso organizativo, me canso, me desaliento, quiero tirar la toalla. Es triste que a pesar del apoyo incondicional del staff de la Feria con las cartas de invitación, el espacio, la promoción en medios, el alojamiento por un par de días, tantas escritoras tengan que declinar la convocatoria por falta de soporte financiero. Resulta un tanto incomprensible que la Feria más importante no sólo de la Universidad Nacional, sino de la ciudad de México, siga adscrita a una facultad —en vez de a la Rectoría u otra coordinación de mayor rango—, con lo cual los recursos para financiarla y propiciar la mayor participación de invitados extranjeros son en extremo limitados.
Pero todo lo alivian esos cuatro días, el ambiente de la Feria, el abrazo de las amigas, la gentileza del público, el apoyo solidario, paciente, de nuestras parejas, familiares, amistades. Esos días son para mí un "subidón, una inyección de adrenalina”, como cantara alguna vez Fey —me encantan las citas non sanctas.
Belkys Arredondo Olivo me ha dicho que este ciclo de escritoras que organizo es “una comunión con lo que enaltece”. Y porque me han enaltecido con su amistad, y a la Feria con su participación, agradezco hoy —y siempre— a Minerva Salado, Rosamaría Roffiel, María Elena Olivera Córdova, Artemisa Téllez, Eve Gil, Sonia Rivera Valdés, Jacqueline Herranz, Marithelma Costa, Patricia Toledo, Helen Dixon, Chiqui Vicioso, Paquita Suárez Coalla, Margarita Drago, Belkys Arredondo, Jennie Carrasco, Teresa Dovalpage, Eleonora Requena, Ana Franco Ortuño, Reyna Barrera, Carla Patricia Quintanar, Fátima Rodríguez, Olivia Félix, Maricel Mayor Marsán, Rose Mary Salum, Nadir Chacín, Livier Fernández Topete, Yamilet García Zamora, Carola Brantome, Silvia E. Matus y Francesca Gargallo.
Y agradezco —hoy y siempre— al director de la Feria, Fernando Macotela, y a su equipo de colaboradores, especialmente a Esmeralda Murillo, Elías Franco Velarde, Dulce María López y don Ponchito. Qué bueno que en la misma Casa de Estudio donde uno ve —y padece— cada día tanta inexplicable insensibilidad hacia lo artístico, lo literario y lo humano, tanta inconcebible improvisación, inexperiencia y dolo, siga habiendo gente responsable y decente, profesionales a toda prueba.
Y agradezco siempre a Bertha de la Maza y a su hermana Nancy por la ayuda solidaria en la venta y promoción de nuestros libros, y a los medios de comunicación que cada año nos han respaldado.
Les extiendo a ustedes una muy cordial invitación para que nos acompañen este fin de semana en el Palacio de Minería (Tacuba 5, Centro Histórico, metros Bellas Artes y Allende) y en la librería+cafetería+foto cultural Voces en Tinta (Niza 23 A, entre Reforma y Hamburgo, Zona Rosa, metro Insurgentes). Para ello adjunto a continuación el programa de actividades.


ESCRITORAS LATINOAMERICANAS EN MINERÍA
(coordinadora: Odette Alonso)


Jueves 25 de febrero, 14:00 hrs.: Presentación del libro Entre Amoras: Lesbianismo en la narrativa mexicana, de María Elena Olivera Córdova; con Francesca Gargallo, Odette Alonso y la autora. GALERÍA DE RECTORES.

Jueves 25 de febrero, 16:00 hrs.: Lectura de narradoras latinoamericanas, con Carola Brantome (Nicaragua), Nadir Chacín (Venezuela), Yamilet García (Cuba-México) y Odette Alonso (Cuba-México). AUDITORIO CUATRO.

Viernes 26 de febrero, 16:00 hrs.: Sáficas, lectura de poesía lésbica, con Artemisa Téllez, Carola Brantome y Odette Alonso. AUDITORIO UNO SOTERO PRIETO.

Viernes 26 de febrero, 18:00 hrs.: Presentación del libro Antología mínima del orgasmo, editores Livier Fernández Topete y Héctor Alvarado. Con la presencia de las autoras antologadas. AUDITORIO CUATRO.

Viernes 26 de febrero, 19:00 hrs.: Lectura de poesía: Carola Brantome, Silvia E. Matus, Minerva Salado, Odette Alonso y todas las participantes en el Ciclo. LIBRERÍA VOCES EN TINTA: Niza 23 A, entre Reforma y Hamburgo, Zona Rosa.

Sábado 27 de febrero, 12:00 hrs.: Lectura de poetas latinoamericanas, con Carola Brantome (Nicaragua), Silvia E. Matus (El Salvador), Minerva Salado (Cuba- México) y Odette Alonso (Cuba-México). AUDITORIO UNO SOTERO PRIETO.

Domingo 28 de febrero, 14:00 hrs.: Mesa redonda de ensayistas latinoamericanas, con Carola Brantome (Nicaragua), Silvia E. Matus (El Salvador) y Minerva Salado (Cuba- México). Modera: Odette Alonso. AUDITORIO UNO SOTERO PRIETO.

Domingo 28 de febrero, 17:00 hrs.: Presentación del libro Postales en ciudad de arena, de Carola Brantome. Con Odette Alonso y la autora. AUDITORIO CUATRO.

martes, 16 de febrero de 2010

Bajo el signo de Acuario





Dos vidas tengo —círculo dentro de círculo—; ambas iniciadas bajo la líquida catarata que brota del cántaro del Aguador. Una desde aquel 23 de enero en que rompió mis pupilas la deslumbrante luz de Santiago de Cuba; la otra a partir del 10 de febrero de 1992, cuando el avión se elevó sobre La Habana como una baratija y fue dejando la isla cada vez más atrás. Las palmas diminutas, los campos sin cultivo, el mar...
Eso pensaba el miércoles pasado mientras cumplía dieciocho años fuera de Cuba. La mayoría de edad como inmigrante, al decir de mi hermano y compañero de viaje Agustín Labrada. Él lo recordaba mejor —con esa memoria prodigiosa—, en una linda carta que me envió ese día —cual novio eterno— al buzón de la oficina:

“Salimos del aeropuerto de Cancún. Nos esperan Alexis Núñez Oliva, su novia Marisol, la hermana de Marisol, Darsi… en una camioneta que usa la charanga Van Van para esta temporada de actuaciones en la discoteca Azúcar. […] En el hotel Caribe, Tico ha preparado una deliciosa comida. […] Todo es alegría, aunque con un trasfondo de incertidumbre. Sueños y planes con La Habana aún en la respiración. […] Anochece, y vamos a la Zona Hotelera, a la pizzería de Armando, un cubano que “rumia su nostalgia” de exiliado desde que abandonó la isla en 1962. Tico y yo probamos por primera vez los camarones. Marisol pide que no lloremos. Nadie sabe qué pasará, pensamos que seremos eternamente jóvenes mientras cantamos y el mar estalla con furia contra los hoteles.”

Yo había pasado la noche anterior rompiendo papeles, regalando ropa, libros, el ventilador de aspas rusas sostenido ingeniosamente sobre una tapa de olla de presión, adornos, boberías. No se salvaron ni las cartas escritas de puño y letra, con tinta roja simulando el encausto —o la sangre—, en aquellas amarillentas hojas tamaño oficio, que yo, siempre transmutándome, firmé como Gabriel Puente.
Tal vez no lo sabía entonces claramente, pero una etapa de mi vida se cerraba, círculo dentro de círculo. Ya nada sería igual y eso era bueno. Porque además de ser un empeño imposible, ¿quién, en sus cinco sentidos, querría que las cosas permanecieran siempre en el mismo punto? Un universo de posibilidades se abría ante nosotros y era fascinante. Desde los siete colores y el calorcito de la laguna de Bacalar hasta el modo de ser, de bromear, de comer o de hablar de nuestros anfitriones, a veces inesperada e incomprensiblemente distintos. Era un renacimiento. Otra oportunidad de ser felices, con todo y los inconvenientes o readaptaciones que esa novedad acarreara. Incluida la nostalgia.
“Eres una cabrona enciclopedia de lo triste”, me ha dicho Valia hace unos días y me dejó pensando. ¿Por qué sentir que es triste el pasado si nos heredó tantas alegrías que cada vez podemos repasar? Esas evocaciones no necesariamente convocan al llanto: muchas veces volvemos a reír y a palpitar; muchas otras nos alumbran reflexiones que antes se escapaban o veíamos de distinto modo.
“Hay que recordar para no errar”, dijo Omar Mederos lleno de sabiduría —como buen viejo diablo— en los comentarios de la semana pasada. Y ésa ha sido una de las intenciones de este virtual Parque del Ajedrez, una de las tantas: registrar cómo vivimos los isleños ese período llamado Revolución Cubana en los hogares, en las andanzas domésticas cotidianas, más allá —o más acá— del heroísmo, el grito público y la propaganda gubernamental. Hacerlo como testimonio histórico, incluso como denuncia, más que como lamento o queja irresoluble. Aunque parezca —y resulte— labor bizantina tratar de explicarle esos detalles a quienes no lo vivieron.
Varias personas reafirmaron en estos días de celebraciones el dolor de las pérdidas a las que fuimos “forzados”: salir huyendo, desbocados, del país invivible del que en el fondo no queríamos irnos, recalar donde pudimos, donde nos dieron chance y no emigrar como una decisión pensada y deseada… Otros insistieron en que, por esas circunstancias, parte del alma, o el alma entera, se había quedado en Cuba. Y no; hay senderos que pueden confundirme, memorias que duelen, pero una cosa tengo clara: Cuba no me ha robado el alma —y pongo mi mano encima del corazón… qué costumbre—; mi alma está donde sólo puede estar: dentro de mí. Y la ocupan, la inquietan, la alegran o la afligen miles de asuntos de otro tono, banderas de todos los colores, olores de mil latitudes, anhelos y esperanzas… Cuba sólo algunas veces.
Con frecuencia los humanos —esencialmente inconformes— solemos preguntarnos qué cambiaríamos para modificar lo pasado. Nada, es mi respuesta. Ni lo más triste ni lo más duro. Ni los besos que no di, ni lo que di en demasía. Porque un mínimo desliz trocaría lo que aconteció después. Y porque no hay que corregir el rumbo: el rumbo es sólo uno y siempre es el correcto, por doloroso o injusto que pueda parecer a ratos. Nada podremos hacer para evitar lo que en él acontecerá ni para que suceda lo que no corresponde.
Eso iba pensando mientras bajaba la escalera del metro Universidad y, al levantar la vista, la acrtiz Bárbara Mori me miraba desde el autobús en el que anuncia toallas sanitarias. Tenía el índice levantado. No se imagina uno quién ni dónde le confirmará las certezas. “Uno, sí”, le dije cual si le hablara. Sólo hay que seguir andando, dejarse llevar. Como estas vidas mías en signo de aire, balanceándose al viento cual barquita en alta mar. Marcadas por la luz —y por las sombras— de Acuario.

martes, 9 de febrero de 2010

Fotos del siglo pasado




No reconozco a la muchacha de la foto. No preciso el momento en que esa imagen quedó registrada en la película de aquella vieja cámara. Recuerdo perfectamente —eso sí— el reloj en la pared del fondo, el aparador y la reja, el balcón sobre la bulliciosa Concordia y la ropa tendida. Allá, perdido entre esa oscuridad, estaba el mar; a la izquierda, la puerta del cuarto que habité casi tres años y adentro, la cómoda con el espejo que decía “te amo”. En él me miraba cada día y, sin embargo, no recuerdo el reflejo de esa muchacha en el azogue.
Es como si no la conociera. Como si por primera vez viera su piel tersa, la asombrosa delgadez, la abundante cabellera riza, los ojos saltones tras esos espejuelos que parecen parabrisas de guagua interprovincial. No lo niego: hay en ella un aire familiar; a ratos se parece a Camilo. Me pregunto si realmente existió y dónde, que ahora me parece una pieza anacrónica, equivocada, colocada en el lugar donde me sentaba a comer o a conversar, junto a la ventana que daba al cubo de luz.
Debe haber sido 1990 o 91, incluso muy principios del 92. Especialmente por lo flaca, por el hambre de esos años. Los tiempos de la Casa del Joven Creador y La Madriguera, de las noches del BarTolo, del programa de Albis y Joel en Radio Ciudad de La Habana, de las tardes de té, arroz aroma e I Ching en el asteroide de Soleida, del café y la chispa ‘e tren en N y 27… Todo el entorno lo recuerdo menos a esa muchacha. ¿En qué rincón fue a esconderse para que no halle con ella parecido? Sobre todo si nuestros ojos, los mismos, tantas veces se toparon frente a frente, tantas veces se indignaron, rieron o lloraron al unísono.



A ésta sí la recuerdo (y Agustín me ayuda en los detalles). Pinar del Río, noviembre de 1989. Siento, aun ahora, el ambiente de esa tarde en el Museo de Historia, nuestra lectura al aire libre. Nelson Simón, Agustín Labrada, Carmen Duarte y Silvia —la que echó a rodar sus ojos verdes—, Xiomara Laugart, Jorge García —que acaba de adelantársenos en el camino—, Yamira Díaz... Y la noche anterior en el patio grande que albergaba la peña “La Majagua”. A quienes íbamos desde La Habana nos alojaron en los albergues de la escuela provincial de arte. Rememoro con facilidad las paredes pintadas de amarillo, los baños de cemento, los cuartos de pocas camas, nuestros acompañantes, los anfitriones.
Y también esa otra con León Estrada: primero de octubre de 1988 en la terminal de ómnibus de Camagüey. A pesar del gesto, no había cansancio: acabábamos un viaje en el inicio del siguiente. Poblábamos una isla de poemas y de amigos que recorríamos de un lado al otro, una vez y otra vez. De Pinar a Baracoa, de Moa a Sandino. Del verso nuevo al corazón y al sueño.





“Tu destino es cantar llorando”, me dijo el sábado, hablando de poesía, Ana Cabrera Vivanco. Sí, me he pasado la vida escribiendo versos tristes, haciendo el inventario de las pérdidas, acumulando escombros en el alma. Buscando, como los viejos alquimistas, el polvo milagroso que no es más que ensueño y plomo. Convirtiendo cada víspera del fuego en otra hoguera donde bailar a oscuras.
“Ay qué pesado, qué pesado, siempre pensando en el pasado”, escucho a Ana Torroja en algún radio lejano. “Old times all the time”, opinaría, con su tono sarcástico, el doctor Zárate de nuestra fijación con los ochenta, aquellos años tan idílicos como tremebundos. Pero sólo es nuestro lo que ya vivimos. Si algún imperio hemos tenido es el pasado. No hay otro paraíso ni otro edén; por eso siempre nos parece perdido. El presente es ridículamente efímero, apenas existe: es sólo ese segundo que ya se quedó atrás. La oración anterior, incluso esta frase entre comas que ahora escribo, ya son pretérito perfecto, registro akáshico.
Mañana cumplo 18 años de haberme ido de Cuba. Aunque a veces enfoque el catalejo hacia aquellas playas, ni tan lejanas ni tan perdidas, para mí el exilio no ha sido más que ganancia, beneficio, crecimiento. Miles de oportunidades y regalos. Amigos nuevos, viajes, libros, lujos del corazón y la cabeza. Una bendición. Vuelvo a mirar estas fotos del siglo pasado mientras canto, con fondo de tambores y corneta china: “Santiago, cuna y pan, Santiago…” y también —¡cómo no!—, cual si bajara con un mariachi de la Sierra Morena, lógicamente de contrabando: “Ese lunar que tiene, cielito lindo, junto a la boca…”
Un coro me acompaña porque “cantando se alegran, cielito lindo, los corazones”.

miércoles, 3 de febrero de 2010

Desorden del caos





La pantalla se ha vuelto una sonrisa de mil dientes, una mueca de Jim Carrey. En el vaso de vidrio hay un licor espeso. Me lo llevo a la boca lentamente y cuando trato de beberlo, se transforma en una negra mariposa, enorme, del tamaño de la risa que ya desborda la computadora, me cae sobre las piernas, se riega por el piso como un río sin cauce.
Una hormiga trepa por mi brazo. Es un tatuaje y sin embargo, siento su huella conquistándome el hombro como la punta del Everest. Va repitiendo, en sordina, un sonsonete de Manu Chao: Mano Negra, clandestino; peruano, clandestino; africano, clandestino; marihuana, ilegal… De un tirón me saco la faja de cuero cual si la fuera a azotar… ¿A la hormiga o a mí misma?, me pregunto.
Pareciera que hay hielos adentro de mis botas y ratones que se enredan en mis pies, me impiden el paso, echan pestilentes bocanadas. La gente no parece notarlo. Brincan cual si bailaran una danza rusa. Ríen a carcajadas. Se dibuja ante mis ojos —¡tan bella!— la Medusa. Su mirada me deja como estatua de sal. A diferencia suya, con la cabeza calva y una luna dibujada en la mollera. Una luna y una sonrisa de mil dientes.
Como cada noche, voy subiendo la escalera del metro Etiopía. Afuera, en la plaza —llamada ahora De la Transparencia—, hay una pira formada con ejemplares de Espejo de tres cuerpos. Es alta como el faro de Alejandría o como aquella hoguera donde incineraron a Indira Gandhi. Sergio la circunda vaciando alrededor el combustible de un galón plástico. Luego acerca una antorcha y todo arde. Veo estrujarse, ennegrecido, el torso desnudo de la modelo fotográfica de Marta María. El azogue en que se mira es rojo escarlata. Acerco pies y manos; al fin me caliento de mi propio fuego. Y no hallo alivio.
“No tengo fuerzas para seguir luchando”, murmuro apenas y Dora me responde: “Manda todo a la goma”. De pronto estoy echada boca arriba en la piedra de los sacrificios. El verdugo —que es la Medusa– pasa sobre mi cuerpo una pluma de ave. De ave del paraíso. “Sácame el corazón aztecamente” le pido en un susurro y veo alzarse el hachita de obsidiana. Unas letras se dibujan en mi mente; parecen bordadas a mano: “Todas las respuestas te serán dadas al momento de la muerte”. Me fascina la sangre, su color, su borboteo.
Un sabroso y buen danzón, a media luz el corazón… Y en la pista una pareja se vuelve a enamorar… Regurgitan los hornos como un coro de ángeles. Se caen los antifaces cuando me hiere el día. Que en mis palmas abiertas se derrame la luz; que ella limpie mis manos de tantas soledades. Que borre, si es posible, la vieja cicatriz.
Una voz de otro tiempo dice mi nombre, Odette, con la “t” muy bien marcada. Voz de mujer, ajena y familiar. El aspersor rocía mi lengua de amargura, un enredo de alambres tapiando mi garganta. El rostro de un amigo ondea en esa tela que parece una mortaja. La gata blanca y negra me observa desde lejos. De pronto es real y luego artesanía. Tiene, colgada al cuello, una tarjeta que dice “Reservado”. El caos es el orden verdadero, es la marca indeleble de estos días. Es como si esperara cruzar algún umbral y yo fuera la gata, una sonrisa de mil dientes, un garfio en el lugar de la esperanza.