domingo, 31 de mayo de 2009

Llamamiento al gobierno cubano y al mundo



Pedimos a todas las personas e instituciones defensoras de los derechos civiles en el mundo que contribuyan a la movilizacion, y llamamos al gobierno cubano a:

-Liberar a los presos políticos en Cuba.

-Levantar las prohibiciones que impiden a los cubanos entrar y salir de su país.

-Levantar las prohibiciones de acceso a Internet para los cubanos.

miércoles, 20 de mayo de 2009

Carta abierta de apoyo al escritor cubano Ángel Santiesteban





El laureado escritor cubano Ángel Santiesteban, residente en La Habana, dice sentirse muy orgulloso de esos colegas intelectuales que le enviaron su apoyo desde muchas ciudades del mundo.
El domingo 17 de mayo, en el Vedado, Ángel Santiesteban fue provocado, amenazado y golpeado por dos desconocidos. Con un brazo fracturado, heridas leves de la navaja que esgrimió uno de los agresores cuando Santiesteban intentó defenderse, y numerosos hematomas a causa de los golpes, tuvo que permanecer escondido varios días previendo nuevos ataques, hasta que decidió asumir todos los riesgos y seguir su vida como cualquier ciudadano normal y como intelectual.
Todos los análisis llegados desde La Habana, y las declaraciones del propio Santiesteban, apuntan a que se trata de un mecanismo demasiado repetido en la historia de las represiones que se han sucedido en la isla hacia aquellos que intentan, simplemente, hacer uso de sus derechos ciudadanos mediante un pensamiento distinto al pensamiento oficial. Otra vez asistimos a la escena de un cubano que, luego de ser “aconsejado de que abandone sus posiciones críticas”, es interpelado por un supuesto rufián, provocado, insultado y agredido. Otra vez asistimos a la escena en la cual, cuando el agredido intenta defenderse, observa cómo el agresor es apoyado por otro rufián que, coincidentemente en todos los casos registrados, sale de un auto Lada, generalmente armado con un tubo metálico. Otra vez asistimos a la golpiza que, bochornosamente, aunque sea pública nadie osa interrumpir. Como ha sucedido otras veces, tal vez en los próximos días Santiesteban reciba la visita de algún miembro de los órganos militares que, según la propaganda oficial “velan por la tranquilidad ciudadana”, y es casi seguro que ese militar le repita las mismas palabras que otros cientos de cubanos agredidos han escuchado: “te lo dijimos, ´Santiesteban, pero tú quisiste meterte en las patas de los caballos”, así, sin decir directamente “fuimos nosotros quienes te apaleamos allá en el Vedado”. Y también seguro después llegan las mismas palabras que esos hombres-sombra “que nos protegen de los enemigos del país” han dicho a cientos de otros agredidos, incluso, en ese tono de complicidad que usamos los cubanos: “de verdad, compadre, no le hagas el juego a quienes quieren joder a esta país, a ti no te hace falta”, y luego, la coletilla trágica: “pórtate bien, compadre, vas a salir mejor”.
Pero Ángel Santiesteban dice que está dispuesto a asumir todos los riesgos: primero decidió crear su blog, decir su opinión, y eso le costó que las autoridades culturales, en gesto que debía avergonzarles, le retiraron el correo electrónico con el cual enviaba sus escritos a la persona que hizo su blog “Los hijos que nadie quiso”, luego de que esas mismas autoridades le dijeran a Santiesteban que “lamentablemente no tenemos la estructura necesaria para que puedas tener tu blog acá”. Poco después, cuando apenas habían sido colgados tres o cuatro escritos, llegó la citación oficial para que acudiera a una oficina policial donde se le “aconsejó” pensar bien en lo que estaba haciendo y diciendo. Y de pronto, ante su tozudez y la fuerza de denuncia de sus escritos, viene la agresión, en una escena repetida miles de veces en los últimos 50 años.
Contra esos métodos que intentan coartar las libertades de expresión (en este caso de un prestigioso narrador cubano, galardonado con los más importantes premios literarios del país y del continente latinoamericano), y contra la posibilidad de que estos actos puedan seguirse repitiendo en un momento en que Cuba necesita abrirse al diálogo y a la aportación de todos los cubanos, estén donde estén y sean cuales sean sus posiciones políticas, han llegado estas firmas que aquí colocamos. Es un simple gesto de dignidad, de unidad, que ojalá crezca.

FIRMAS DE APOYO
(1) Amir Valle, escritor, Berlín.
(2) Ladislao Aguado, escritor, Madrid.
(3) Sindo Pacheco, escritor, Miami.
(4) Luis Pérez-Simón, escritor salvadoreño, París.
(5) Odette Alonso Yodú, escritora, México D.F.
(6) Armando de Armas, escritor, Miami.
(Nótese que yo me refiero a todos los espacios del poder político y militar en Cuba por el último medio siglo, el manado de la dictadura comunista de los hermanos Castro).
(7) Rafael Rojas, historiador, México
(8) Eliseo Alberto (Lichy) Diego, escritor, México
(9) Jorge Luis Arzola, escritor, Köln-Alemania.
(10) Michi Strausfeld, editora, Berlín.
(11) Carlos Alberto Montaner, escritor, Madrid.
(12) Jorge Ferrer, escritor, Barcelona.
(13) Madeline Cámara, escritora y crítica, Riverview, Florida.
(14) José (Pepe) Triana, escritor, París.
(15) Jorge Luis Arcos, escritor, Madrid.
(16) José Prats Sariol, escritor, México.
(17) Rolando Sánchez Mejías, escritor, Barcelona.
(18) Emilio Ichikawa, escritor, Miami.
(19) Pío Serrano, escritor y editor, Madrid.
(20) Félix Luis Viera, escritor, México D.F.
(21) Dean Luis Reyes, escritor y periodista, La Habana.
(22) Emilio García Montiel, escritor y profesor universitario, Veracruz.
(23) Rita Martín, escritora y profesora universitaria, Virginia
(24) Camilo Loret de Mola, abogado, Estados Unidos.
(25) Waldo Pérez Cino, escritor, España.
(26) Katrin Hansing, academica, Estados Unidos.
(27) Gorki Aguila y Ciro Diaz (musicos integrantes de Porno Para Ricardo), La Habana.
(28) Duanel Díaz Infante, escritor, Estados Unidos.
(29) Juan Cueto-Roig, escritor, Miami.
(30) José M. Fernández Pequeño, escritor, República Dominicana
(31) Raúl Tápanes López, escritor, Santiago de Chile.
(32) Antonio Álvarez Gil, escritor, Estocolmo.
(33) Jorge Enrique Lage, escritor, La Habana.
(34) Ernesto Ortiz, escritor, Córdoba-España.
(35) Armando Añel, escritor, Miami.
(36) Sonia Díaz Corrales, escritora, Islas Canarias.
(37) Elvira Rodríguez Puerto, escritora, Munich.
(38) Abel Germán Díaz Castro, escritor y periodista, España.
(39) Carlos A. Aguilera, escritor, España.
(40) Manuel Gayol Mecías, escritor, California.
(41) Héctor García Quintana, escritor, España.
(42) Yomar González, escritor, Barcelona.
(43) Pedro Marquéz de Armas, escritor, Portugal.
(44) Manuel Sosa, escritor, Atlanta.
(45) Ricardo Bada, escritor español, Köln-Alemania.
(46) Jorge Alberto Aguiar Díaz, escritor, La Habana-Madrid.
(47) Enrique del Risco (Enrisco), escritor, West New York.
(48) Carmen Duarte, escritora y periodista, Miami.
(49) Milena Rodríguez, escritora, Granada
(50) Rafael E. Saumell, escritor y profesor universitario, Estados Unidos.
(51) Karla Suárez, escritora, París.
(52) Manuel Vázquez Portal, escritor, Miami.
(53) Odalys Curbelo, periodista, Miami.
(54) Juan Antonio Sánchez, editor y periodista, Miami.
(55) Laszlo Erdelyi, Editor, El País Cultural de Montevideo
(56) Armando Valdés Zamora, escritor, París.
(57) Jorge Salcedo, escritor, Boston.
(58) Joaquín Badajoz, escritor y académico, Miami.
(59) César Reynel Aguilera, escritor, Montreal.
(60) Bernardo Marqués Ravelo, escritor y periodista, Miami
(61) Luis González Ruisánchez, escritor, Santo Domingo, Rep. Dominicana.
(62) Camilo Venegas, escritor, Santo Domingo, Rep. Dominicana.
(63) Margarita García Alonso, Francia.
(64) Alberto Lauro, escritor, Madrid.
(65) José Miguel Sánchez (Yoss), escritor, La Habana.
(66) Alina Brouwer, pianista y compositora, Miami.
(67) Verónica Cervera, editora, Miami.
(68) José Antonio Nicolás Zorrilla, músico y escritor, España.
(69) Fabienne Viala, Profesora de Literatura Comparada, París.
(70) Juan-Sí González, artista plástico, Ohio.
(71) Heriberto Hernández Medina, escritor, Florida, Estados Unidos.
(72) Carmen Karin Aldrey, artista y escritora cubana, Estados Unidos.
(73) Amaury Cabrera Reyes, escritor, Zaragoza, España.
(74) Javier de Castromori, escritor, París-Almería.
(75) Santiago Méndez Alpízar, escritor, Madrid.
(76) María Aurora López, profesora, Chile.
(77) Eduardo Parra Ramírez, escritor mexicano, México D.F.
(78) Leonel Antonio de la Cuesta, historiador, Miami.
(79) Juan (PolO) Avilés Castaigne, caricaturista, Estados Unidos.
(80) René Serrano López, abogado.
(81) William Navarrete, escritor, París.
(82) Juan Antonio Blanco, historiador y politólogo, Canadá.
(83) Garrincha, humorista, Miami.
(84) Yanis Lobaina González, escritora, productora, La Habana.
(85) Claudia Cadelo de Nevi, Blog Octavo Cerco, La Habana.
(86) Ernesto Antonio Rodríguez, escritor, Miami.
(87) José Andrés Matos Alonso (JAMA), artista,
(88) Walter Lingán, escritor peruano, Köln-Alemania.
(89) Raúl Ernesto Colón Rodríguez, editor y traductor, Montreal.
(90) Luis Agüero, escritor, Miami.
(91) Joel Rojas, artista plástico, Miami.
(92) Roberto Jiménez, escritor, Miami.
(93) Reinaldo Hernández Soto, escritor, Carolina del Norte.
(94) Boris Larramendi, músico, Madrid.
(95) Juan Carlos Recio, escritor, Estados Unidos.
(96) Ernesto Menéndez-Conde, New York.
(97) Amaury Suárez, España.
(98) Jaime Gonzalo Cordero, filólogo, España.
(99) Manny López, galerista, Miami.
(100) José Alberto Álvarez Bravo, periodista independiente, La Habana.
(101) Elena María Castro Expósito, escritora, Madrid.
(102) Olga Lastra, especialista en sistemas de computación, Florida.
(103) Yodel Pérez Pulido, Blog Completo Camagüey, Cuba.
(104) Lázaro Tirador Blanco, periodista independiente y escritor, Miami.
(105) Carlos Martínez Rentería, editor
(106) Pablo de Cuba de Soria, escritor
(107) María Benjumea, España.
(108) Omar Mederos, México.
(109) Laura García Freyre, académica.
(110) Niurka Palomino, Miami.
(111) Leyser Martínez, Miami.
(112) Jesús Reyna Carvajal, Estocolmo.
(113) Danilo Delgado, Miami.
(114) Evidio Reyes, médico, Nebraska.
(115) Maité Díaz González, Francia.
(116) Liena Díaz Abreus, Dentista, San Francisco, California.
(117) Frank A. Caner, Miami.
(118) Carlos Vanegas Cassiani, Blogger de Colombia.
(119) Jehan Sandra Salem Bidondo, Kiev-Ucrania
(120) Rogelio Marrero Cano, historiador.
(121) Elvis Lamoru, compositor, Miami.
(122) Rossie Inguanzo, Miami.
(123) Ernesto Lozano, artista plástico.
(124) Arcadio Ruiz Castellano, pintor
(125) Ramon Colás, Fundador de las Bibliotecas Independientes en Cuba
(126) Alen Lauzán, artista gráfico.
(127) David Martínez Beltrán, México.
(128) Olga Flora, lectora del blog “Los hijos que nadie quiso”.
(129) Jaime Gonzalo Cordero, escritor, España.
(130) Diusmel Machado, escritor, La Habana.

martes, 19 de mayo de 2009

De ala en ala



Todavía me parece alcanzar con las manos los cerros de Tegucigalpa y ya preveo los de Tijuana, “allí donde empieza la patria”. Mi cuerpo está un poquito cansado pero yo estoy feliz. Lista para el siguiente vuelo porque soy hija del aire y saltar de ala en ala es mi destino. El que he invocado y convocado.
Los invito a acompañarme en las próximas presentaciones de ese Espejo de tres cuerpos que tantas satisfacciones me da y les comparto las fotos de la presentación en Tegucigalpa el viernes pasado, hermosa y entrañable velada por la que agradezco a mis amigas y colegas hondureñas, especialmente a Amanda Castro.



Y el lunes 15 de junio, a las 6 pm:
Dentro del programa de la Semana Cultural Lésbico-Gay
en la Universidad del Claustro de Sor Juana, Ciudad de México

Para comprar Espejo de tres cuerpos
desde cualquier lugar del mundo y galaxias colindantes:


Leyendo en la sede del Proyecto Siguapate en Tegucigalpa

Con las escritoras hondureñas Diana Espinal y Elisa Logan

Autografiando en mis cinco minutos de fama


La alegre convivencia

martes, 12 de mayo de 2009

Señales equivocadas





Cuando se estrenó en 2002 la película Señales de M. Night Shyamalan, algunos amigos se apuraron a advertirme que era, dicho en buen cubano, “un paquetón”. “Mamadas de extraterrestres”, concluyó rotundamente mi cuñado mexicano. No la vi —y no precisamente por las recomendaciones adversas— hasta muchos meses después, tal vez años, cuando la programaron en uno de los canales de televisión local. Entonces me di cuenta que las señales a que se refería ese genio que es Shyamalan no eran las que oían los niños por el intercomunicador ni las que aparecían grabadas misteriosamente en los campos de cultivo, sino las que fue dando segundos antes de morir la esposa del reverendo Hess (Mel Gibson), esos indicios adelantados de que lo que habíamos considerado infortunio o fracaso pueden ser nuestra salvación en el futuro.
Desde Sexto sentido (1999), Shyamalan se convirtió en un transmisor de señales. Las aparentes y las ocultas. A la crítica comercial y al espectador conforme la obra del hindú puede parecerles insulsa. Absurda, sin sentido, traída de los pelos… “un paquetón”. Pero las primeras lecturas suelen ser engañosas. Los que creyeron que en El protegido Bruce Willis era el irrompible (título original en inglés), no alcanzaron a apreciar la verdadera fortaleza en el endeble Mr. Glass (Samuel L. Jackson); quienes estiman que La aldea es la historia de unos lunáticos aislados en un tiempo irreal y de un anormal disfrazado de monstruo, vieron con miopía y con ceguera (que no en balde la protagonista es ciega); quienes afirman que La dama en el agua propone buscar mensajes en las cajas de cereales, no vieron los mensajes.
Sí, me he dicho en estos días, vemos demasiado cine gringo y nos acostumbramos a pensar —y a sospechar— como detectives amateurs, superagentes del FBI, galenos sobredotados e intuitivos, brillantes y patrióticos políticos. Lo malo es que a veces, en ese afán imitativo de la “modernidad” patriarcal anglosajona, desatendemos a nuestros propios instintos.
Desde hace siglos, las explicaciones alejadas de lo racional han sido confinadas a los terrenos desacreditados de la esoteria y la brujería. La ciencia es el único camino aceptado para explicar el mundo; lo demás es pócima aguada de hechiceras extemporáneas huidas de la hoguera. Parloteo de mujeres. Tontería. Y las mujeres, también en un afán de reconocimiento dentro de este mundo masculino, repetimos patrones y a veces olvidamos nuestro lenguaje esencial: el del cuerpo, el de la naturaleza, el de la Madre Tierra, que es hembra.
Aunque los viejos, con su saber ancestral, sostengan que las razones más sencillas suelen ser las verdaderas, los humanos gustamos de los retruécanos. Nuestra capacidad —y necesidad— de fantasear es inacabable e inabarcable, y la sencillez nos parece aburrida. “Antes muerta que sencilla” cantaba aquella españolita llamada María Isabel. No es gratuita la fuerza del melodrama y su lugar de privilegio en nuestra vida sensorial. Desde el teatro griego —¿o antes?—, esos “géneros del entretenimiento” nos aficionaron a enredarlo todo como una madeja descarrillada y a buscarle la quinta pata al más cuadrúpedo de los gatos.
Somos, además, adictos a las calamidades. Y acostumbrados a las grandes catástrofes, las pequeñas nos parecen bobería. Si la pobreza y las mafias matan el doble y los medios de comunicación, regocijados, nos bombardean cotidianamente con cifras de espanto… ¡qué importancia podemos hallarle a 45 muertos de gripe! ¡Qué epidemia tan pinche! No nos dio suficientes gustos y emociones; fue como un coito interrupto. No cabe duda, concluyen algunos: esto ha sido una farsa. Siempre en abril nos agripamos. Entre el calor inclemente, la resequedad del aire y el polvo levantando las cacas de los perros en alegres remolinos, las lluvias que no llegan, la contaminación que se dispara... muchos más de 45 mueren de enfermedades respiratorias cada año por estas fechas…
En un mundo donde ya no hay en quien confiar, un gran coro de ciudadanos desencantados canta: “Nadie me quiere, todos me odian… mejor me como un gusanito”… Porque quién va a concederle mérito a un gobierno plagado —como todos los gobiernos— de oportunistas, trácalas y mentirosos. Da igual que las autoridades o la virgencita de Guadalupe hayan atajado al nuevo virus antes de que nos diezmara; la gente, contagiada de “sospechosismo” —ese término acuñado por el cerebro luminoso de Santiago Creel—, autovictimización y teoría del complot, seguirá pensando que la han timado, que había una maquiavélica estrategia oculta en mandarlos a sus casas y ponerles tapabocas. Que ésas fueron metáforas de lo que el gobierno quiere.
Siglos de soberbia nos han enseñado que siempre habrá una culpa y ésta no debe caer en el suelo. Así, muchas veces nos obsesionamos buscándole sentido a cosas que deben esperar su tiempo para tener explicación. Como las señales de la esposa del reverendo Hess. Humanamente aferrados a que debe haber una, e inmediata, le endilgamos a fuerza la que no es aunque sintamos el rompecabezas chueco y tambaleante.
Cuando los cambios son lo suficientemente lentos, o lo suficientemente micro o macroscópicos, escapan a la conciencia humana. Hay cosas que nos son incomprensibles porque, como “fantaseé” en “Microbios del universo” hace justo un mes —cuando a nadie se le ocurría que ese bichito nos pondría en jaque—, sólo somos parásitos de otros parásitos, virus de otros virus, habitantes de otros universos que nos contienen y no siempre dan explicaciones. Y si las dieran, como animales inferiores que somos en esa perspectiva, no siempre las entenderíamos. Son las razones de la Naturaleza, que es infinitamente más sabia que los políticos y sus interpretadores. “Golpes como del odio de Dios”, diría César Vallejo. Designios que nunca sabremos por qué han empezado ni cuándo acabarán.
En estos días, más atenta que de costumbre a mis hábitos, a los de todos, he comprendido que en esta civilización eminentemente táctil, parlante, afectuosa y sobre todo descreída e indisciplinada, no habrá medida de protección suficiente contra un virus que se transmita por tocar donde otro tocó; mucho menos para uno que volara por los aires de nariz a nariz, de boca a boca. Para algo así tampoco habrá suficiente infraestructura sanitaria ni aquí ni en China ni en el más adelantado de los países adelantados. Ni con todas las farmacéuticas juntas haciéndose millonarias.
En la más reciente película de M. Night Shyamalan, The Happenning [El fin de los tiempos] (2008), un extraño comportamiento se apodera de los habitantes de las grandes ciudades: empiezan a suicidarse en masa. Incapaces de entender lo que sucede, arriesgan las explicaciones que les parecen más “lógicas” y las repiten como papagayos: que los árboles, que danzan al viento con la misma naturalidad de todos los días, expiden una toxina que bloquea los neurotransmisores humanos; que la CIA y el gobierno están probando drogas sicotrópicas y virus de laboratorio; que las especies distintas acabarán matándose silenciosamente entre ellas; que el planeta, en pugna por su supervivencia, tendrá que eliminar a sus insensibles pobladores.
A la mañana siguiente, después de 24 horas de histeria y paranoia inenarrables, como mismo apareció el fenómeno, desaparece. Tan parecido a este virus de una semana y media… Entonces me pregunto: ¿y si estuviéramos concentrándonos en señales equivocadas, aparentes? Esto pudo ser una triquiñuela de Calderón para sentirse Superman, un regalito que Obama nos dejó en el Museo de Antropología, un ardid de las farmacéuticas, la panacea de los partidos en año electoral, un invento del Ejército para dar el golpe de estado, una artimaña del mercado bursátil para reactivar la economía, una estratagema del Congreso para aprobar leyes impopulares (como si no lo hicieran siempre), un pretexto de los científicos para encerrarse tranquilos sin ver a sus hijos ni a sus esposas que ya los tienen hartos, un telón interpuesto por los extraterrestres para que no los veamos llevándose a los elegidos
Creo que fue, ante todo, una señal de la Tierra. Este planeta, como todo organismo vivo, tiene plazos de autorregulación y el virus A/H1N1 ahí sigue: listo para volver a atacar. Desde hace unos días, coincidentemente, circula una campaña publicitaria de las pastillas Halls cuyo eslogan dice: “Si tú te tomas un respiro, la Tierra se toma un respiro”. La imagen del alivio terráqueo me regresa al deseo ingente de irme a la punta de una loma a vivir una existencia de ermitaño. Lejos de estas ciudades en la que permanecer se ha convertido en un castigo masoquista.
Vuelvo a la película de Shyamalan. “Denme un minuto para pensar” pedía a gritos el que sería, al final, uno de los pocos sobrevivientes. Pensar… una capacidad que hemos olvidado en el afán de creer que estamos pensando. Repetimos patrones sin apenas cuestionarlos; los personajes de la película se suicidaban, automáticamente, cuando veían a los otros hacerlo, sin que en ello influyera realmente ningún factor externo. ¿Qué tendría eso de extraño?, ¿no es, acaso, lo que hacemos cada día inmersos en nuestros autodestructivos y aparentemente insuperables modelos laborales, familiares, alimenticios, consumistas? ¿No vivimos en estas grandes urbes una existencia que linda con la locura y el suicidio, si no es que se asemeja a la muerte misma?
La Tierra necesita un respiro. Y como tiránico gobierno que es, como organismo decidido a sobrevivir, sabe cómo conseguirlo: generando confianza en sus criaturas; desviando la atención de los verdaderos hechos y sus causas; entreteniéndonos. Ella sabe lo que quiere: esto que acabamos de vivir fue sólo un aviso. La verdadera pandemia es la que vendrá cuando más quitados estemos de la pena y del tapabocas.

martes, 5 de mayo de 2009

Las otras epidemias

El mosquito Aedes aegypti, transmisor del dengue



A mis compatriotas, sobrevivientes de todas ellas


Especialistas en endemias y pandemias hemos sido siempre los habitantes de este calientito e intertropical Tercer Mundo en el que nos tocó nacer. Hoy la palabra de moda vuelve a ser influenza, que no quiere decir otra cosa que, simple y llanamente, gripe. La diferencia la hace el apellido que se le dé, aunque ha sido igualmente mortífera y depredadora a través de la historia humana, desde las primeras registradas en el Medioevo, cualquiera que fuere, entonces o ahora, su clasificación.
“Pon una bolsita con alcanfor entre tu ropa”, ordenó mi mamá al teléfono y me explicó que ése fue uno de los remedios preventivos durante la gran influenza de 1918, producida por el H5N1, primo de este nuevo AH1N1, y en las décadas siguientes, cada vez que se anunciaban en Santiago de Cuba los frecuentes brotes de poliomielitis, viruela, malaria, sarampión, paperas, etcétera, etcétera, etcétera. “El alcanfor espanta a los malos espíritus y a los gérmenes”, concluyó mi progenitora. Remedio de viejos, me dije, seguramente más efectivo que las vacunas. Y ese olor fuerte, penetrante, fue el primer jalón hacia el pasado. Era el olor de la casa de mis abuelos, donde había alcanfor y naftalina en los armarios para que trazas, polillas y comejenes no devoraran las telas, las maderas, el papel.
Fue allí, en aquella casa, que tuve mi primer encuentro con los artilugios artesanales para el control y exterminio de plagas: mosquiteros y matamoscas, chuchazos de luz brillante en las cuevas de las hormigas o en el agua para trapear, bombas para flit, bolitas de ácido bórico con leche condensada para engañar cucarachas hipoglucémicas y ratoneras donde amanecían prensadas criaturitas de cuerpos milimétricos y larga cola.
Pero si de epidemias hablamos, epidemias en serio de las que asolaban aquella islita, la sempiterna fue el dengue, que en su variante hemorrágica mató, en cada aparición, a un número infinitamente mayor de cristianos ―en aquel caso socialistas― que los que este AH1N1 se ha ajusticiado hasta ahora en todo el mundo. A su transmisor, el Aedes aegypti ―ese mosquito precioso, estilizado, de patas y trompa larguísimas― se le perseguía como a Billy El Niño o cualquier otro bandido del Viejo Oeste, con todo y cartel de Se Busca.
Las revisiones domiciliarias dieron trabajo y entretenimiento a miles de brigadistas de grises uniformes que, mochila al hombro y linterna en mano, se metían hasta debajo de las camas, no fuera a ser que por ahí hubiera quedado olvidada una lágrima furtiva donde las mosquitas pudieran echar sus huevos. Cualquier posible continente de agua debía ser vaciado: las palanganas del patio, los búcaros de las flores, los vasos para que los espíritus se elevaran, las cubetas y barriles que solíamos acumular en un país donde el agua escaseaba consuetudinariamente. Hasta las cáscaras de huevo debían ser quebradas, apachurradas, antes de echarlas a la basura.
Cada cierto tiempo nos sacaban de nuestras casas por una hora y echaban dentro aquel humo apestoso que, bromeábamos, sólo servía para engordar a los insectos. Y después de cada uno de esos eventos, llegaba un supervisor que revisaba que vigilantes y fumigadores hubieran registrado su visita en una tarjeta pegada detrás de la puerta de cada domicilio u oficina, local, empresa, fábrica, restaurán, tienda o cafetería. Sobre quienes no cumplieran esas precisas orientaciones sanitarias, pendían multas y castigos como espadas de Damocles.
No se le daba cuartel al mosquito y, sin embargo, aquello duró meses, años. Se superaba la epidemia, pero regresaba al poco tiempo. Era parte de nuestra vida. Y la música, ese componente fundamental de la vida nacional, le otorgó el sitio que merecía. “Malanguitas en el agua, no no no…/ recipientes en el patio, no no no…/ el mosquito aedes aegypti, ¡no!” cantaba la publicidad gubernamental ―la única que existía― para alertar sobre las posibles vías de proliferación, transmisión y contagio, mientras que el genio de Juan Formell escribió para Los Van Van, cronistas también sempiternos, aquel songo sabrosón que se tituló “Eso que anda”.
Hablando de fumigaciones, recuerdo las que hacíamos contra las cucarachas, animales implacables en los climas húmedos. A mi abuela Cristina, sus marchantes clandestinos ―no se conseguía “oficialmente”; sólo en el mercado negro― le llevaban botellas de un líquido blanco que mezclaban con agua, en la misma proporción, y se echaba en todos los rincones de la casa. Era fascinante el espectáculo que encontrábamos la mañana siguiente. Una alfombra de animales patas p’arriba que barríamos hasta el patio. Yo me sentía cochero de carromato medieval recolectando cadáveres de la peste. Y evocaba a Nerón cuando mi abuela, en tiempos en que faltaba todo tipo de producto sanitario, luego de que alguien extraño a la familia hubiera pasado al baño, le echaba alcohol y prendía fuego a la taza para eliminar los posibles gérmenes.
Después del dengue ―o antes… o durante, fueron tantas veces…―, padecimos la fiebre porcina. Pero la de los “machos”, como llamamos a los cerdos en la región oriental cubana. Ésa se transmitía a través de las heces del animal que los guajiros, clasificados así todos los provincianos, en masa, aunque viviéramos en la ciudad, podíamos llevar pegadas a las suelas de los zapatos ―¿y por qué no los habaneros?―. Entonces, cada vez que subíamos a un avión o cruzábamos de una población a otra, de una a otra provincia, había retenes militares donde teníamos que bajarnos del medio de transporte en el que viajáramos y caminar sobre unos sacos empapados del insecticida que, supuestamente, mataba al virus. Además, los guardias nos sometían a estrictas revisiones de equipaje, no fuera a ser que a alguien se le ocurriera llevar carne de cerdo contaminada. Esa epidemia también duró siglos.
La primera vez que me invitaron a Honduras, a la XV Conferencia de la Asociación Internacional de Literatura Femenina Hispánica, Tegucigalpa estaba en medio de una epidemia de dengue. “Traigan repelente para mosquitos”, sugería Amanda en las instrucciones generales. Y Marithelma llevó unos comprados en aquel Macy’s de frente a Colombus Circle, tan coloridos y sofisticados, que los mosquitos catrachos, en vez de huir, se juntaban para olfatearlos, fascinados de conocer los aromas del imperialismo, como los cubanos cuando llegaron los parientes de “la comunidad”, hasta entonces gusanos y traidores, con aquellos divinos olores extranjeros desconocidos para nosotros que inundaron las casas y las ciudades.
Siempre vivimos entre epidemias, plagas, calamidades, miseria bíblica. Y aumentaron en la misma proporción en que desaparecían los productos de higiene. Hongos, caries, roñas, piojos, ladillas, sarna… Giardias, oxiuros, estafilococos y cándidas clamidias… Otras, más o menos endémicas, nos persiguen a todos alrededor de este globalizado y estandarizado mundo: la intolerancia, la pérdida de valores, la desinformación, el miedo y el silencio, el sobrepeso, los chismes de la farándula, la simpleza y la indiferencia, el esmog, el consumismo… ¡el reggaetón! A todas ésas digámosle, como a las malanguitas en el agua: no no no.